Rev.int.med.cienc.act.fís.deporte – vol. 7 -
número 28 - diciembre 2007 - ISSN: 1577-0354
García Lanzuela, Y. ; Matute Bravo, S.;
Tifner, S.; Gallizo Llorens, M.E. y Gil-Lacruz, M. (2007). Sedentarismo y percepción de la salud:
Diferencias de género en una muestra aragonesa. Revista Internacional de
Medicina y Ciencias de la Actividad Física y el Deporte vol. 7 (28) pp. 344-358 Http://cdeporte.rediris.es/revista/revista28/artgenero70.htm
SEDENTARISMO Y PERCEPCIÓN DE LA SALUD:
DIFERENCIAS DE GÉNERO EN UNA MUESTRA ARAGONESA
ABSENCE OF PHYSICAL ACTIVITY AND HEALTH PERCEPTION: GENDER
DIFFERENCES IN A SAMPLE FROM
García Lanzuela, Y. *; Matute Bravo, S. **; Tifner, S.
***; Gallizo Llorens, M.E.**** y Gil-Lacruz, M. *****
Institución: Área de
Psicología Social. Universidad de Zaragoza. España.
* dmpyy@eresmas.com;
*** stifner@yahoo.es;
**** mgallizo@able.es;
***** mglacruz@unizar.es
Código
UNESCO: 6114 y 3212.
Recibido: 18 de octubre 2007
Aceptado: 15 noviembre 2007
RESUMEN
El artículo pretende analizar las diferencias de
género en la percepción de la salud y la adopción de comportamientos de riesgo
en una muestra aragonesa, considerando al sedentarismo como un indicador
importante de dichas diferencias. Se entrevistó a una muestra de 1.032 sujetos
mayores de 14 años residentes en el barrio de Casablanca de la ciudad de
Zaragoza utilizando un instrumento de percepción de la salud (CPS 81 de Davis y
Ware) y el cuestionario de conductas y hábitos saludables (Herrero, Musitu y
Gracia, 1994).
Se constata la interrelación existente entre
percepción de salud y actividad física, encontrándose diferencias significativas
en función del sexo. Los resultados señalan la importancia de integrar en el
estudio de la salud y de los estilos de vida, las variables psicosociales de
estructuración social, entre las que el sexo ocupa un lugar destacado. La
educación para la salud, la educación no sexista y la intervención comunitaria
deberían plantearse como objetivos prioritarios de la psicología aplicada a la
práctica deportiva.
Palabras claves: salud y género, comportamientos de riesgo
para la salud, sedentarismo, práctica deportiva, percepción de la salud.
The article try to analyze the gender differences in health perception
and risk behaviors in a sample from
The results indicate an interrelation between health and physical
activity with important gender differences. The results indicate that is very
important to integrate the psycho-social variables, including sex in a outstanding
place, in the studies about health and lifestyles. Education to health, nonsex
education and communitarian intervention would be principals objects in the
psychology applied to the sports practice.
Keywords: health and
gender, risk behaviors and health, absence of physical activity, sports
practice, health percepction.
MARCO TEÓRICO
Desde que la Organización Mundial de la Salud,
OMS, propusiera una definición de salud que contempla indicadores psicosociales
relativos al bienestar, superando las concepciones anteriores que la
circunscriben a la ausencia de enfermedad (OMS, 1946), se trasciende el nivel de análisis puramente
individual y biológico y se sitúa a la comunidad como el contexto en el que la
salud es simultáneamente objeto de influencia y motor de cambio (Kisnerman,
1981).
De ahí se
infiere la importancia de considerar en la investigación sobre la salud, el
efecto de las variables culturales y de los factores comunitarios en los que el
individuo se socializa (Gobierno de Aragón, 1997; Monton, 2000). Por tanto,
debemos incluir en este estudio la variación de los determinantes que inciden
sobre la salud individual y los factores sociales que la contextualizan (Baum,
Rrevenson y Singer, 2001). Por ejemplo, variables como el nivel de ingresos, el
grado de instrucción, la disponibilidad de un trabajo o el territorio de
residencia y el sexo, influyen cuando no determinan nuestro nivel de salud.
El estudio
de la salud femenina ilustra la tradicional carencia de indicadores
psicosociales en la investigación epidemiológica. Las medidas más frecuentes
(incluidas las conclusiones de la Conferencia de Alma Ata) se han limitado a la
utilización de indicadores de mortalidad y fertilidad. Esta simplificación nos
conduce a sentenciar que los hombres presentan una mayor tasa de mortalidad y
las “mujeres viven más”, de lo que se infiere que las mujeres “gozan de mejores
niveles de salud”. Sin embargo, la esperanza de vida libre de incapacidad o
esperanza de salud es peor para las mujeres de 70,9 años, lo que representa
10,1 años de diferencia respecto a su esperanza de vida.
También se
constatan diferencias en cuanto a los comportamientos generados por los
problemas de salud. En las mujeres, sus dolencias conllevan una mayor
utilización de los servicios y un mayor consumo de medicamentos. Las mujeres
acuden con más frecuencia a la consulta médica y al dentista, pero se
hospitalizan menos (si se excluye el motivo del parto), consumen más
medicamentos, especialmente a medida que envejecen y disminuyen los ingresos
familiares y su nivel educativo (Guillen, 1990; Nathason y Lorenz, 1982;
Piperno y Di Orio, 1990). El consumo de medicamentos y las consultas en
urgencias se incrementan en las mujeres que trabajan en el hogar, al tiempo que
disminuyen las visitas al dentista (Clark, 1990). Las mujeres sufren más
complicaciones de salud (morbilidad) en todos los rangos de edad, culturas y
grupos socioeconómicos (OMS, 1996).
Además y
de manera consecuente con lo planteado anteriormente, se constatan diferencias
en cuanto a la valoración y percepción que las mujeres realizan de su propio
estado de salud, sus modos de enfermar (psíquicos y/o físicos), la conformación
de su identidad, su vivencia relacionada con ésta (sexualidad, maternidad,
paternidad, etc.), su estilo de vida (ejercicio físico, alimentación, higiene,
comportamientos de seguridad, etc.). Esta diversidad se encuentra mediatizada
por las variables socioeconómicas y culturales (Eiser y Herser, 2000; Gómez,
1993; Lagarde, 1994).
La cultura occidental durante siglos
se ha asentado en el principio que las mujeres son diferentes de los hombres,
inferiores y dependientes (García, 1990). Esta relación de dominio y poder
patriarcal de la sociedad, en la dicotomía naturaleza/ cultura (Amorós, 1985;
Turner, 1984) y en el sistema sexo/género, también se expresa en el deporte
como hecho cultural. La participación de la mujer en él está mediada por las
representaciones sociales que otorgan todavía el dominio, control y poder a los
hombres, "en mayor medida en algunos deportes que han sido denominados
socialmente como masculinos, como por ejemplo el fútbol, el rugby y el
hockey" (Elias y Dunning, 1995).
El hecho de que el deporte moderno
se desarrollase durante el siglo XIX en una Inglaterra en la que dominaba el
ideal victoriano de lo femenino (las mujeres debían ser delicadas, frágiles y
elegantes), contribuyó sin duda a mantener a las mujeres alejadas de la
actividad deportiva (García, 1996).
Entre las dimensiones de personalidad atribuidas clásicamente a las mujeres
destacamos aspectos como: la pasividad, la inseguridad, la sumisión, la
inestabilidad emocional, la empatía, la inhibición y la intuición (Burín, 1990; Dio, 1991; Jayme y Sau,
1996).
De las mujeres
se espera una menor consecución de éxito, de rendimiento y de competencia, en
definitiva, una menor predisposición hacia el deporte, no solamente por las
diferencias biológicas sino también e incrementadas, por las diferencias
psicológicas, sociológicas y culturales. Aunque con la modernidad la influencia
de los estereotipos de género ha disminuido (Hyde, 1995), ya que las mujeres se
han acercado más a la actividad deportiva al igual que a otros campos
tradicionalmente masculinos, todavía hoy la mujer no representa para el deporte
lo que puede desempeñar como atleta o aficionada.
Entre los estereotipos, prejuicios y
falsas concepciones que han limitado la participación de las mujeres en la
práctica de los deportes destacamos (García, 1990):
1º MITO- la actividad deportiva -
atlética masculiniza a las mujeres
Este estereotipo sobre el deporte
femenino es de los más persistentes, puesto que históricamente, la necesidad de
conservar la imagen femenina no era compatible con los requisitos de las
capacidades motrices necesarias para la práctica deportiva como son: la fuerza,
la resistencia, la velocidad que, como consecuencia, podían afectar la
feminidad y algunas supuestas características psicológicas que desarrolla el
deporte como la agresividad, la independencia y la actividad (Prociencia,
1998).
2º MITO- la
práctica deportiva es peligrosa para la salud de las mujeres
Se sustenta en que el grado de intensidad de la actividad física puede
alterar el ciclo menstrual, dañar los órganos reproductores y los senos y tener
consecuencias negativas en la fertilidad. A este argumento se puede contestar
con el estudio de los riesgos físicos en el hombre y la consideración de los
diferentes sentidos del deporte, no solamente con intención competitiva. La práctica
de una actividad física puede abarcar aspectos de placer, profilaxis,
diversión, identificación, belleza, búsqueda de compañía, y presenta un
correlato directo con el bienestar y el mantenimiento de la salud.
La
práctica en las mujeres de una actividad física saludable actualmente está
encaminada hacia el deporte-salud y deporte-recreativo, con la función de
expresión y compensación de los quehaceres cotidianos. El deporte de alto
rendimiento está reservado para una minoría de mujeres que ha sobrevivido a las
dificultades y “riesgos” de su ejercicio (Prociencia,
1998).
3º MITO- Las mujeres no están
interesadas en el deporte y cuando lo hacen no lo ejecutan correctamente
Este mito se sustenta en el supuesto
de la falta de predisposición de la mujer hacia el deporte, en lugar de
analizar el proceso de socialización de las mujeres, que favorece su
inactividad física (García, 1990). No son los límites biológicos los
principales factores que nos llevan al sedentarismo femenino, sino que son los
factores socioculturales, los que moldean la manera como son concebidas este
tipo de prácticas y su nivel de participación. Dichas variables establecen
barreras como el acceso a la infraestructura y recursos, el tipo de motivación
y el tiempo invertido en su práctica.
A pesar de su falsedad, estos mitos
nos influyen considerablemente. Todavía el deporte es una actividad varonil,
joven y de clase alta. En España, la dedicación al ejercicio físico en el
tiempo de ocio en personas mayores de 16 años es baja, siendo mayor en los
hombres que en las mujeres (Departamento de Salud, 1991). La proporción de
mujeres “sedentarias” aumenta a medida que se incrementa el número de horas
trabajadas, la edad o las responsabilidades familiares.
Ante este hecho, las mujeres alegan
constantemente falta de tiempo (Izquierdo, 1988; Ramos, 1990). La mayor parte de las mujeres debido a los múltiples
roles que asumen, no cuentan con el tiempo necesario para dedicarlo al
descanso, a la realización de actividades que posibiliten la socialización y el
entretenimiento o la participación en actividades deportivas.
Pero pese
a las mejoras en el control de la natalidad y en la superación de los
estereotipos de rol de madre, esposa, cuidadora, etc. (Norbert y Dunning, 1995) todavía hoy el freno a la actividad
física femenina se puede relacionar con tendencias sociales. Por ejemplo, la
urbanización nos lleva al sedentarismo y al estrés. La publicidad relaciona la
actividad física con los profesionales o deportistas asociándolo a un esfuerzo
importante. El fenómeno es también contradictorio desde otras lecturas ya que
se fomenta la actividad física femenina como una de las formas para conseguir
una imagen corporal impecable y que exige grandes gastos y sacrificios (Abril,
1992; Buñuelos, 1994).
Estas
paradojas conspiran contra la propia salud, generando en las mujeres trastornos
tales como la anorexia nerviosa, bulimia y adicciones, etc. (Obiols, 1995). Vivimos en una sociedad que propugna la búsqueda
continua del autocontrol, de la autodisciplina en el comer, en la sexualidad,
etc. y a la vez del consumo sin medida (Esteban, 1993).
El que el cuerpo es aquí y hoy un valor central, un
signo de status y un símbolo de éxito o fracaso ha impulsado en las últimas
décadas el auge de las actividades físico- deportivas. En nuestra sociedad y
cada vez más, cobran relevancia necesidades relacionadas con la calidad de
vida, el mantenimiento y mejora de la salud, la ocupación del tiempo libre en
actividades lúdico-culturales, etc. (Buñuel, 1994). En nuestro trabajo se
constata como las mujeres son conscientes de estos procesos y de la estrecha
relación entre el ejercicio físico y su salud.
Este trabajo se inserta en los estudios de salud
del vecindario realizados a partir de una encuesta de salud patrocinada por el
centro de atención primaria del barrio. En este artículo analizaremos los
resultados obtenidos en la selección de tres variables: género, percepción de
la salud y práctica de la actividad deportiva.
El bienestar percibido está siendo objeto de
una importante cantidad de estudios en las ciencias comportamentales y las
encuestas de salud (Diener y Larsen, 1993; Myer y Diener, 1995; VanderZee,
Buunk y Sanderman, 1995) no sólo porque la mejora del bienestar es un
importante objetivo médico y psicosocial (McDermott, 1981), sino porque es un
predictor evidente del nivel de salud (Idler y Kasl, 1991). En parecidos
términos nos podemos referir al estudio de la actividad física y la evidencia
empírica encontrada sobre su impacto en la salud y en el bienestar.
El barrio de Casablanca presenta un carácter
periférico y urbano, caracterizándose por sus contrastes socio económicos y su
dependencia funcional con el centro de la ciudad de Zaragoza (Gil-Lacruz,
2000). Con respecto a otros distritos zaragozanos, en Casablanca se prevé un
aumento poblacional por varias razones: constituye un ensanche natural de la
ciudad; no sufre, de momento, los procesos de especulación del centro urbano y
presenta un importante peso demográfico de la población juvenil (mientras que
en el resto de la ciudad, el colectivo menor de 30 años constituye el 40,67% de
la población, en Casablanca los jóvenes son el 43,59% del barrio). La muestra
se estratificó en función de dos criterios básicos: edad y sexo (tabla 1).
Tabla 1: Análisis
descriptivo de la edad y el sexo de la muestra.
|
Hombres
|
Mujeres
|
||
|
Frecuencia |
Porcentaje |
Frecuencia |
Porcentaje |
Juventud (de |
173 |
16,8 |
164 |
15,9 |
Adultos (de |
237 |
23,0 |
255 |
24,7 |
Tercera edad (más de 60 años) |
87 |
8,4 |
116 |
11,2 |
Total |
497 |
48,2 |
535 |
51,8 |
En la selección de los instrumentos que medían
las variables diana se intentó utilizar indicadores que permitieran comparar
los resultados obtenidos en nuestro barrio con los niveles de salud de otras
muestras zaragozanas y españolas (Herrero, 1994). Así, en la tabla 2 se observa
una primera evidencia de la homogeneidad de los elementos que componen el
cuestionario de percepción de la salud (Health Perceptions Questionnaire de
Davies y Ware).
Tabla 2:
Consistencia interna del Health Perceptions Questionnarie de Davies y Ware en
muestras españolas.
|
C. Valenciana |
Casablanca (Zaragoza) |
Coeficiente de correlación entre las dos mitades |
0,798 |
0,770 |
Coeficiente de Spearman-Brown |
0,888 |
0,870 |
Coeficiente de Guttman (Rulon) |
0,884 |
0,866 |
Coeficiente α del total
de la escala
|
0,877 |
0,861 |
Coeficiente α de los ítems pares |
0,814 |
0,707 |
Coeficiente α de los ítems impares |
0,736 |
0,791 |
El cuestionario de percepción de la salud
consta de 29 ítems que se refieren a siete dimensiones relativas a la valoración
por parte del sujeto de su estado de: salud actual, anterior, futura; su
resistencia a la enfermedad; la preocupación por la salud y la orientación a la
enfermedad. Un último factor integra las medidas anteriores en un índice
general de evaluación de la salud.
En relación a la medida de los estilos de
vida, desarrollamos índices de riesgo a partir del cuestionario de
comportamientos saludables elaborado por Herrero, Musitu y García (1994). Los
autores del cuestionario seleccionaron los índices relativos al consumo de
sustancias, comportamientos negligentes y la práctica de actividad física, por
el consenso encontrado en la literatura científica sobre su impacto en la salud
y por la brevedad y operatividad del instrumento, ya que un cuestionario excesivamente
amplio le hubiera restado fiabilidad (Herrero, 1994).
Con el fin de profundizar en la posible
influencia de la variable sexo en la percepción de la salud y la práctica de la
actividad física, se utilizó como procedimiento estadístico el análisis de
varianza, eligiendo un nivel de confianza de 0,95.
Se encuentran diferencias significativas en cuanto a
la percepción de la salud en cinco de los siete factores de los que se compone
la escala correspondiente. Las mujeres tienden a considerar su estado de salud
anterior y actual, peor que los hombres. Del mismo modo, se preocupan con una
mayor frecuencia por su salud y se consideran menos resistentes a la enfermedad
que sus compañeros. Curiosamente estos resultados no se reflejan en unas
expectativas peores, puesto que en el factor que analiza las previsiones de
futuro no se han encontrado diferencias estadísticamente significativas (ver
tabla 3).
Tabla 3: Análisis de
varianza: percepción de la salud entre los grupos de la variable sexo.
|
|
|
|
Medias correspondientes
A la percepción de salud
|
|
|
Sc |
F |
P |
Hombres |
Mujeres |
1. Salud actual |
334,44 |
10,61 |
0,0012 |
30.01 |
28,87 |
2. Salud anterior |
66,42 |
12,83 |
0,0004 |
11,25 |
10,74 |
3. Expectativas de salud |
0,51 |
0,11 |
0,7296 |
13,81 |
13,86 |
4. Resistencia a la enfermedad |
25,59 |
6,81 |
0,0092 |
14,93 |
14,62 |
5. Preocupación por la salud |
38,71 |
4,51 |
0,0338 |
14,06 |
14,41 |
6. Orientación a la enfermedad |
5,58 |
2,31 |
0,1287 |
6,19 |
6,33 |
7. Indice general de salud |
709 |
7,66 |
0,0057 |
76,22 |
74,56 |
Sin embargo y en consonancia con los
resultados anteriores, el índice general de salud, que es la medida que
recomiendan utilizar los autores del cuestionario (Davies y Ware, 1981), es
ligeramente superior en los hombres que en las mujeres.
Del mismo modo, se efectúo el ANOVA
correspondiente para observar las diferencias de sedentarismo en función del
sexo. En las mujeres del barrio de Casablanca, la práctica deportiva resultó
considerablemente menor que en sus compañeros (tabla 4).
Tabla 4: Análisis de
varianza: puntuaciones de riesgo en cuanto a inactividad entre los grupos de la
variable sexo.
|
|
|
Medias correspondientes
al sedentarismo
|
|
Sc |
F |
P |
Hombres |
Mujeres |
114,75 |
56,34 |
0,0000 |
1,18 |
1,87 |
También nos preguntamos hasta qué punto la
percepción de la salud y la actividad física se pueden predecir mutuamente. Del
análisis estadístico se infiere que el sedentarismo y la percepción de la salud
se relacionan de manera inversa: a mayor sedentarismo peor es la valoración del
estado de salud actual, anterior, sus correspondientes expectativas de futuro y
la persona se siente más vulnerable a la enfermedad. Estos indicadores se
traducen en que el índice general de salud es más positivo en las personas que
practican algún tipo de actividad física (tabla 5).
Tabla 5: Correlaciones entre
la frecuencia de practica deportiva y la percepción de la salud.
Frecuencia de practicas deportivas |
Correlación de Pearson |
Sig. (bilateral) |
Salud actual |
-0,19 |
0,0000 |
Salud anterior |
-0,10 |
0,0010 |
Expectativas de salud |
-0,10 |
0,0010 |
Resistencia a la enfermedad |
-0,11 |
0,0000 |
Preocupación por la salud |
0,01 |
0,6230 |
Orientación a la enfermedad |
-0,04 |
0,1480 |
Indice general de salud |
-0,16 |
0,0000 |
Al observar que el sexo y la valoración de la salud
interaccionaban con la práctica deportiva (gráfico 1), decidimos realizar un
MANOVA. Tal como se puede observar en la tabla 6, los resultados nos confirman
la importancia de las variables de un modo independiente, pero no el que su
relación conjunta presente un impacto significativo.
Gráfico 1: Medias del
índice general de salud en función del cluster de riesgo (sedentarismo) y de la
variable sexo.
Tabla 6: Análisis de
varianza entre las variables independientes sexo, percepción de la salud y la
variable dependiente frecuencia de la práctica deportiva
|
Gl |
Sc |
Mc |
F |
p |
Modelo corregido |
3 |
371,805 |
123,935 |
17,678 |
0,0000 |
Intercept |
1 |
24.672,688 |
24.672,688 |
3519,382 |
0,0000 |
Sexo |
1 |
254,823 |
254,823 |
36,349 |
0,0000 |
Cluster percepción de salud (valoración negativa y positiva) |
1 |
69,850 |
69,850 |
9,964 |
0,0002 |
Sexo * cluster
percepción salud |
1 |
0,772 |
0,772 |
0,110 |
0,7400 |
Error |
1.028 |
7.206,811 |
7,011 |
|
|
Total |
1.032 |
34.654,000 |
|
|
|
Total corregida |
1.031 |
7.578,616 |
|
|
|
a R cuadrado = .049 (R cuadrado corregida =
.046)
Desde una
perspectiva psicosocial, es necesario reivindicar un modelo de salud que
considere cómo las conductas, cogniciones, sensaciones, hábitos individuales,
etc. están influidas por la inserción de la persona en familias, estratos
socioeconómicos, grupos, vecindarios y comunidades de referencia que comparten
y mediatizan dichas singularidades (Santacreu, 1991).
En el estudio de la práctica de
comportamientos de riesgo, se encuentran antecedentes como Durkheim (1951,
trad.). El autor defendía que, pese a la existencia de diferencias individuales
en el suicidio (problemas económicos, enfermedades, fracasos personales, etc.),
son los índices entre los grupos los que presentaban una mejor capacidad
explicativa. Este sociólogo realizó la valiosa observación epidemiológica de que
las diferencias sistemáticas en los índices de esta práctica deben poderse
explicar en términos de grupo y no simplemente por referencia a frecuencias
individuales.
De hecho, en nuestro trabajo, encontramos
diferencias perceptuales de la salud en función del sexo. Las mujeres se
sienten peor que los hombres. La población femenina encuestada de Casablanca se
considera más vulnerable a la enfermedad, valora peor su estado actual y
anterior de salud y manifiesta preocuparse más por el mismo. Esto nos confirma
pautas ya consensuadas a nivel científico. Desde la adolescencia, parece ser
que la mujer acepta mejor el etiquetaje de la enfermedad y el relato de sus
dolencias (De Miguel, 1998; García Merita y Soler, 2002). La paradoja se
encuentra en que, a pesar de este cuadro doliente, las mujeres viven más que
los hombres. Otra cosa es que vivan mejor (De Miguel, 1997).
Los periodos
críticos en los que los hombres presentan especial riesgo para su salud
incluyen el grupo de edad de quince a veinticinco años (suicidios y accidentes
de circulación) y en los años de la etapa media de la vida, con una notable
diferencia entre sexos, para los riesgos de cardiopatías y cáncer, muy
relacionados con los estilos de vida (Nahon y Lander, 1998). Las diferencias biológicas entre hombres y
mujeres no son suficientes para explicar la diversidad que hay entre ambos, en
cuanto a las causas específicas de morbilidad, mortalidad o la utilización de
los servicios sanitarios (Eiser y Hersen, 2000). Por lo que es fundamental considerar las diferencias
genéricas de los modelos y roles masculinos y femeninos al afrontar cualquier
problema del proceso salud-enfermedad desde una visión integral (González De
Chávez, 1999).
En cuanto a las prácticas deportivas que
forman parte definitoria de estos estilos, su impacto en la salud es indudable.
La persona que realiza ejercicio físico regularmente se encuentra en un estado
más saludable y es menos propensa a padecer enfermedades que aquella que no lo
hace (Balaguer y Castillo, 2002; Pons, 1998). La literatura científica plantea
que dichas prácticas no sólo se relacionan con un mejor tono vital, sino que
interactúan con la propia percepción de competencia saludable (Balaguer, 1998;
Castillo y Balaguer, 1998). En nuestra muestra, la práctica deportiva se
relaciona positivamente con 5 de los 7 índices utilizados en la encuesta para
definir la valoración de la salud.
El hecho de que también en el barrio de
Casablanca, la práctica deportiva sea menor en el sexo femenino puede intentar
explicarse mediante diversas hipótesis que ya adelantamos en la introducción
(Girela, 1986):
-
El deporte se relaciona con el tiempo de ocio, que en
el caso de las mujeres se encuentra restringido por sus “obligaciones
domésticas”. A pesar de los cambios sociales, la discriminación se sigue
encontrado incluso en la adscripción lúdica, ej. la asociación de niñas -
muñecas y niños - balones.
-
El modelo de educación física sigue respondiendo a un
modelo de valores “andocéntricos” en los que se fomenta la competitividad, la
fuerza, la agresividad, etc. en detrimento de aspectos recreativos, lúdicos,
cooperativos, etc.
-
Los medios de comunicación siguen fomentando el
estereotipo de que el deporte es algo masculino, de manera que los chicos
encuentran un mayor número de modelos sociales con los que identificarse. El interés y la complejidad del fenómeno
deportivo actual se ve incrementado por la influencia de estos medios, en los
cuales la programación deportiva además de su protagonismo por el volumen de
emisión, transmite unos valores socialmente aceptados, lo que convierte al
deporte en algo deseable, no sólo por cuestiones de salud, sino también por el
estatus, el éxito asociado y el “fetichismo actual” del cuerpo sano (Rodríguez
y De Miguel, 1990).
Por tanto, podemos concluir que elementos del
estilo de vida de un individuo, como pueden ser la práctica deportiva, se
encuentran ligados al estilo de vida de su grupo social de referencia y a las
condiciones socioestructurales en las que viven tanto el individuo como el grupo
(Erben, Franzkowiak y Wenzel, 1992). En este sentido, nuestro estudio
reivindica con Reid (1991) la importancia de estudiar la salud y los estilos de
vida contextualizando la investigación en unidades territoriales como una
comunidad o un barrio, resaltando la influencia del lugar y la profundidad de
las asociaciones establecidas. De este modo, se demuestra que, midiendo
características compartidas de los individuos, el estado de salud de una
población no puede disociarse del sistema ecológico en el que su gente vive.
A su vez, las políticas y programas
comunitarios de salud deben tomar medidas para superar las desigualdades en
salud. Deben integrar a las mujeres en los procesos de identificación,
planificación y gestión que les aseguren un lugar en la toma de decisiones
(Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE, 1995) y que tengan en cuenta tanto
las causas estructurales, como las históricas, psicológicas, sociológicas y
especialmente, socioeconómicas que configuran su situación discriminatoria
actual (Garcés y Martínez, 1992).
Esta premisa es teóricamente aceptada por todos, pero en la práctica la
intervención sanitaria se sigue centrando básicamente en los aspectos
biológicos (Echauri, Pérez y Salcedo, 2001; Ruiz y Verbrugge, 1997). Debería
asumirse un modelo de salud en el que la disponibilidad de los recursos no
abarque sólo los aspectos sanitarios sino también los socioeconómicos (OMS,
1978; Saforcada, 2000).
Hemos de investigar la interrelación de orden socio
simbólico, entre las diferencias biológicas sexuales que afectan a la salud y
las atribuciones culturales de lo masculino y femenino que las determinan o
modulan. De ahí la importancia desde la perspectiva de género, de escuchar la
voz de las mujeres, la especificidad de su padecimiento y la necesidad de
ponerlas en relación con su experiencia de vida y los condicionantes culturales
que determinan, en gran medida, el modo de “sentirse bien” y el análisis
crítico de las respuestas de las instituciones sanitarias al problema de la
salud de las mujeres, la conceptualización que las sustenta y las consecuencias
que acarrea (Miqueo, Yom´s, Tejero, Barral, Fernández y Yago, 2001).
Por tanto, la promoción de la
actividad física
en las mujeres no solamente es cuestión del aprovechamiento de su tiempo libre,
sino también de diseñar estrategias que posibiliten su participación saludable
y dentro de una filosofía en la que la persona encuentra en la práctica de
actividades físicas un modo de reconocerse como sujeto social. Desde un entorno
comunitario interesaría:
-
Potenciar la
participación de la mujer en la elaboración y concreción de políticas
deportivas, que aún es escasa, comparada con otros ámbitos; lo que permitiría
una mejor calidad en el deporte al estar todos representados. Durante los últimos años, la
participación femenina en el deporte se ha visto incrementada de forma
espectacular, pero esta presencia no se ha visto reflejada en una mayor
representación en puestos de decisión y dirección del deporte. Mientras que no
haya mujeres que dirijan, decidan y sirvan de modelo dentro del deporte, no
habrá igualdad de oportunidades para su práctica.
-
Fomentar
la práctica del ejercicio físico como actividad complementaria y enriquecedora,
que favorece la salud y el bienestar, y que permite a todos los individuos
conocerse mejor, expresarse, adquirir habilidades y demostrar sus capacidades.
Intentar que la actividad física se adopte como un hábito saludable y
socializante, que ayuda a la formación y el desarrollo de la persona. Y además,
puede servir de estímulo a la incorporación de la mujer a una sociedad sin
distinción de género.
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Rev.int.med.cienc.act.fís.deporte – vol. 7 - número 28 - diciembre 2007 - ISSN: 1577-0354