Rev.int.med.cienc.act.fís.deporte - vol. 9 - número
34 - junio 2009 - ISSN: 1577-0354
Díaz Ocejo, J.; Mora Mérida, J. A. y Chapado, F. (2009). Análisis de las estrategias cognitivas en la resistencia dinámica. Revista Internacional de Medicina y Ciencias de la Actividad Física y el Deporte vol. 9 (34) pp. 114-139 Http://cdeporte.rediris.es/revista/revista34/artestrategias106.htm
ANÁLISIS DE LAS ESTRATEGIAS
COGNITIVAS EN LA RESISTENCIA DINÁMICA
ANALYSIS OF THE COGNITIVE
STRATEGIES IN AEROBIC ENDURANCE
Díaz Ocejo, J.1;
Mora Mérida, J. A.2 y Chapado, F.3
1Sport
Psychology Unit, ASPIRE, Academy for Sports Excellence, Qatar. (jaime.ocejo@aspire.qa).
2
Facultad de Psicología. Universidad de Málaga.
3
Gabinete de Psicología. Colegio Montford, Madrid.
Código UNESCO: (Psicología 61) 0609 Procesos de
percepción.
Recibido 16 noviembre
2008
Aceptado
22 de marzo de 2009
RESUMEN
Se realiza una revisión bibliográfica de los trabajos realizados
en los últimos trenta años sobre las estrategias cognitivas en la resistencia
dinámica divido en tres fases; la primera ofrecida por Morgan y Pollock
(1977), seguida de la aportación de Schomer (1986) y su Programa de
Entrenamiento Cognitivo. La segunda el Modelo Bidimensional de Stevinson y
Biddle (1999) y la Perspectiva Cognitivo-Social de Tenenbaum (2001). La tercera
etapa aborda las nuevas direcciones hacia la multidimensionalidad de la
percepción del esfuerzo. En conclusión, la
percepción del esfuerzo en la resistencia dinámica debería considerarse a
partir de diversas variables fisiológicas y psicológicas. La
multidimensionalidad de este fenómeno parece garantizar el foco de atención en investigaciones venideras.
PALABRAS CLAVE: Estrategias,
cognición, esfuerzo, percepción, resistencia.
ABSTRACT
We
revise the scientific literature during the last 30 years regarding the use of
mediating cognitive strategies and perceived effort in aerobic endurance. It is
suggested three stages in the development of this matter: The first stage
comprises the classification by Morgan and Pollock (1977) and the Cognitive
Training Program by Schomer (1986). The second stage constitutes the
Bidimensional Model by Stevinson and Biddle (1999) and the Social-Cognitive Perspective of Perceived Effort developed by
Tenenbaum (2001). The third stage focuses on the new research directions
towards the multidimensionality of perceived effort. In conclusion, findings
imply that perception of effort is a consequence of several physiological and
psychological determinants. Future research on the multidimensionality of
perceived effort appears warranted.
KEY WORDS: Strategies, cognition, effort, perception, endurance.
INTRODUCCIÓN
A
pesar del valor de varias décadas de investigación dedicadas a comprender los
procesos cognitivos en la resistencia dinámica, poco progreso se ha hecho en
términos de desarrollar una teoría para explicar las diferencias individuales
relacionadas con el esfuerzo percibido (Heffner, 2006). El rendimiento
deportivo de resistencia en sus distintas especialidades, se ha considerado habitualmente
desde las diversas posibilidades que ofrecen los parámetros fisiológicos
derivados del componente genético del deportista y de la correcta aplicación de
los sistemas de entrenamiento de resistencia. A partir de los años setenta,
además de estos dos parámetros, algunos investigadores se inclinaron por
estudiar los efectos que los procesos cognitivos del deportista tenían en su
rendimiento. Según Tenenbaum y Hutchinson (2007), ya en 1973 (Morgan, 1973;
Noble, Metz, Pandolf y Caffarelli, 1973) se sugirió que las respuestas
fisiológicas constituían aproximadamente dos tercios de la varianza en el
esfuerzo percibido y que diversos factores psicológicos serían responsables del
tercio restante.
Algunos autores han sugerido que
las estrategias cognitivas
empleadas por los deportistas pueden influenciar su rendimiento en la
competición, al ayudarles a manejar el malestar e incluso el dolor que van
asociados a la realización de la tarea (Morgan, Horstan, Cymerman y Stokes,
1983). Estudios precoces en este ámbito han puesto de manifiesto que los
procesos cognitivos pueden ejercer cierta influencia en las variaciones
provocadas a nivel perceptual e incluso metabólico a través de sugestiones
hipnóticas (Morgan, Raven, Drinkwater y Horvath, 1973; Morgan, Hirta, Weitz y
Balke, 1976). A partir de estos resultados, aparecen distintos trabajos
interesados en aclarar la relación existente entre el esfuerzo percibido y los
procesos cognitivos y qué efecto podían tener sobre las tareas de resistencia
en distintos contextos además del de laboratorio, como son el competitivo de
elite, el de jóvenes atletas o el recreacional. Siguiendo a Weinberg y Gould,
(2003, p. 354) los estudios realizados desde los años 70 sobre las estrategias
cognitivas en corredores de maratón “mostraron que los corredores de mayor
nivel tendían a utilizar una estrategia atencional asociativa (monitorizando
funciones corporales y sensaciones, como la frecuencia cardíaca, tensión
muscular, y la frecuencia respiratoria), mientras que los corredores de nivel
inferior tendían a emplear una estrategia atencional de disociación
(distrayéndose o desintonizándose) durante la carrera”. En 1977, Morgan y
Pollock relacionaron además puntuaciones inferiores en
aspectos no deseables en la escala del perfil de estado de ánimo (Profile of
Mood States, POMS, McNair, Lorr y Droppleman,1971) en deportistas de mayor
nivel, mientras que a la vez presentaban puntuaciones superiores en aquellos
otros aspectos deseables para los deportistas. Este perfil de estados de
ánimo de los deportistas de elite fue denominado perfil de iceberg.
Según Raglin (2007, p. 404) “de hecho, las primeras investigaciones han
confirmado esta presunción, indicando que los atributos psicológicos deseables
son comunes en maratonianos de elite y otros deportistas”.
La literatura científica a
este respecto, ha ofrecido diversos modelos para dar una explicación de cómo
influyen las estrategias cognitivas en el esfuerzo percibido durante la
resistencia dinámica (Tabla 1), más allá de la valoración ampliamente utilizada
con la Escala de percepción de esfuerzo de Borg, 1971. De acuerdo con Noble y
Noble (1998, p. 356), “el énfasis debería ponerse en comprender la percepción,
no en el estudio de los resultados de la Escala de Borg. Hasta que esto se
lleve a cabo, el estudio de la respuesta perceptiva en la actividad física
reflejará solamente lo que mide la Escala de Borg.” Es a partir de la
clasificación de Morgan y Pollock (1977) cuando se abre un marco de
investigación referente a las cogniciones de los corredores de fondo y su
relación con los efectos que la estimulación aversiva provoca a consecuencia
del ejercicio. Otros autores como Freishlag (1981) o Rushall (1984) han
presentado distintas sugerencias para catalogar las cogniciones de los
corredores de fondo, aunque estas no han gozado de la relevancia de la
clasificación inicial establecida por Morgan y Pollock (1977). Igualmente, la
aportación de Rejeski (1981, 1985) con su Modelo de Procesamiento Paralelo no
tendría una relevancia destacada en este ámbito. Schomer (1986, 1987) realiza
una contribución interesante con su Programa de Entrenamiento Cognitivo, cuyo
objetivo sería que el aspecto mental del deportista pudiera ser entrenado
al igual que ocurre con el fisiológico. Otros autores que han sugerido
modificaciones o ampliado las dimensiones de los pensamientos de los
deportistas de resistencia han sido Goode y Roth (1993), quienes subdividen los
procesos de disociación en cuatro contenidos que son las condiciones del
entorno, las relaciones interpersonales, los acontecimientos diarios y las
orientaciones espirituales. Por su parte, Brewer, Van Raalte y Linder (1996)
añaden el concepto de distress como
tercera posible categoría a los ya
conocidos asociativos y disociativos en su Cuestionario de Focalización
Atencional.
Otras aportaciones más
recientes en este ámbito de estudio son las presentadas por Stevinson y Biddle (1999), con su Modelo Bidimensional para los pensamientos
de los deportistas en pruebas de resistencia, o Tenenbaum (2001), quien propone
su Perspectiva Cognitivo-Social cuya premisa fundamental gira en torno a la
influencia que la intensidad ejerce en la percepción del esfuerzo. No obstante, y similarmente a lo que ocurre en el campo del dolor
inducido experimentalmente, los resultados obtenidos por las diferentes
investigaciones en torno a esta problemática no son del todo concluyentes
(González-Suárez, 1996).
Autores |
Tipo de cogniciones/Modelo |
Morgan y Pollock (1977) Freishlag (1981) |
Estrategias de asociación versus disociación. Asuntos personales, completar la carrera, posición en
carrera, cuerpo y mecanismos de la carrera. |
Rushall (1984) |
Contenidos auto-desarrollados (condición control), contenidos
desarrollados (condición experimental) y contenidos asociativos hacia la
tarea. |
Rejeski (1981, 1985) Schomer (1986, 1987) Goode y Roth (1993) Brewer, Van Raalte y Linder (1996) Stevinson y Biddle (1999) Tenenbaum (2001) |
Modelo de Procesamiento Paralelo. Programa de Entrenamiento Cognitivo Contenidos sobre; el entorno, las relaciones
interpersonales, los acontecimientos diarios y las orientaciones espirituales Añaden el distress como tercer elemento junto
con la asociación y la disociación. Modelo Bidimensional. Modelo Cognitivo-Social. |
Tabla 1. Aportaciones de distintos autores en relación a las cogniciones en
tareas de resistencia dinámica.
El objetivo del presente trabajo es realizar una revisión
bibliográfica de las aportaciones derivadas de la literatura sobre las
estrategias cognitivas empleadas en la resistencia dinámica, para una mejor
compresión de cuál es la situación en la actualidad tras treinta años de
investigaciones. Para ese propósito, se sugieren tres etapas en el desarrollo
de los avances ofrecidos por los investigadores en relación a las estrategias
cognitivas y la resistencia dinámica; la primera y la segunda etapa se
subdividen en dos aportaciones científicas que actúan como referentes. Así, una
primera etapa, y que ha supuesto el génesis de la mayoría de las
investigaciones en este ámbito, es la representada por la clasificación
ofrecida por Morgan y Pollock (1977), seguida de la aportación de Schomer
(1986) con su Programa de Entrenamiento Cognitivo. La segunda etapa, que hace
referencia a aproximaciones más contemporáneas, destaca el Modelo Bidimensional
de Stevinson y Biddle (1999) y la Perspectiva Cognitivo-Social del Esfuerzo
Percibido de Tenenbaum (2001). Finalmente, en la tercera etapa que sugerimos, se
abordan posibles áreas de investigación para el futuro a partir de las nuevas
direcciones en la multidimensionalidad en la percepción del esfuerzo.
GÉNESIS DEL ESTUDIO DE LAS ESTRATEGIAS COGNITIVAS Y LA RESISTENCIA DINÁMICA
Clasificación de Morgan y Pollock (1977). Estrategias cognitivas de
asociación y disociación
El punto de partida de
una serie estudios y modelos ofreciendo soluciones orientativas al respecto
tuvo lugar en 1977, con el trabajo desarrollado por Morgan y Pollock (Tabla 2).
Estos
autores, partiendo de entrevistas realizadas a maratonianos de nivel nacional e
internacional y de categorías inferiores, concluyeron que estos corredores de
fondo empleaban fundamentalmente dos tipos de estrategias cognitivas para
afrontar con mayor éxito las adversidades derivadas de los estímulos
provenientes del esfuerzo realizado. Una de las estrategias utilizadas por los
atletas consistía en la focalización de la atención en las sensaciones
corporales como la respiración, temperatura, pesadez de las piernas entre otras
y “...permanecían recordándose que debían
estar tranquilos para relajarse y no bloquearse” Morgan y Pollock (1977, p.
39) para mantener el control de su rendimiento. A este tipo de estrategia y
pensamientos la denominaron asociación (association).Otros maratonianos, sin embargo, se distraían intencionalmente de las
sensaciones corporales y de los estímulos provenientes del esfuerzo realizado
lo que provocaría una reducción de “la
ansiedad, sensación de esfuerzo y malestar en general" (Morgan,
1978, p. 46), orientando sus pensamientos a la solución de complejos problemas
de matemáticas, escribir cartas, sumergirse en un estado de trance repitiéndose
un mantra de forma repetitiva y rítmica con la frecuencia respiratoria y la
zancada o revivir su propia carrera educativa (Morgan, 1978). Esta estrategia, cuyo
objetivo pretendía controlar el malestar producido por la prueba de
resistencia, fue denominada disociación (dissociation) (Morgan y Pollock, 1977). Las
investigaciones realizadas en torno a esta clasificación, han sido las más
representativas en lo que se refiere a las especialidades de resistencia (Díaz
Ocejo, 2006). Contrariamente a lo encontrado por Morgan y Pollock (1977), otros
trabajos como Okwumabua, Meyers y Santill (1987) no relacionaron el uso de
estrategias cognitivas con el resultado final de la carrera, y
Antonini-Philippe, Reynes y Bruant (2003) tampoco obtuvieron resultados que
avalaran lo sugerido en su trabajo con triatletas, fondistas y nadadores. En un
estudio más controlado, Okwumabua, Meyers, Schleser y Cooke (1983) hallaron que
los sujetos de nivel inferior mejoraban sus resultados en una carrera de una
milla y media, a través del empleo de procesos asociativos (al margen del grupo
al que inicialmente se les asignó). Aún así, existe un mayor número de
evidencias que dan consistencia a lo sugerido por Morgan y Pollock (1977).
Autores como Schomer (1986), Masters y Lambert (1989), Silva y Appelbaum
(1989), Heffner (2006) en corredores de fondo, Connolly y Janelle, (2003) con
remeros o Kress y Statler (2007) con ciclistas, obtienen resultados favorables
en torno a los efectos potenciadores que el empleo de la estrategia de
asociación tiene para el rendimiento deportivo de resistencia. De acuerdo con
González-Suárez (1996) “lo cierto es que
la distinción entre estrategias asociativas y disociativas, introducida por la
investigación, ya clásica, de Morgan y Pollock (1977), sigue siendo la más
referida en relación con actividades físicas de resistencia”
(González-Suárez, 1996, p. 8).
Estrategias
cognitivas empleadas por corredores de resistencia. |
Estrategia de asociación (Focalización
de la atención a aspectos corporales provenientes del esfuerzo realizado). |
Estrategia de disociación (Distracción
de la atención hacia aspectos no relacionados con el esfuerzo realizado). |
Tabla 2. Clasificación de
Morgan y Pollock (1977) sobre las estrategias cognitivas empleadas por
corredores de resistencia.
A partir de los
hallazgos de Morgan y Pollock (1977), otros investigadores establecieron sus propios
modelos de clasificación de las estrategias
cognitivas. Así, Freischlag (1981) catalogó los contenidos de las
cogniciones de los maratonianos en asuntos personales, completar la carrera,
posición en la carrera, cuerpo y mecanismos de la carrera. Esta clasificación,
como su propio autor reconoció posteriormente, lo único que hacía en definitiva
era diferenciar los pensamientos de los atletas entre aquellos que se orientan
(asocian) hacia las señales corporales, con los que tienen que ver con la
carrera o aspectos personales (Freischlag, 1981). Por tanto, no aportaba nada
novedoso al modelo de Morgan y Pollock (1977). Rushall (1984) propuso un modelo
basado en tres categorías de procesos cognitivos relacionados con la
resistencia dinámica; los primeros hacen referencia a los contenidos
auto-desarrollados o desarrollados sin ayuda, que se manifiestan durante las
investigaciones de laboratorio en la condición control, al no ser influenciados
por el experimentador y por lo tanto los sujetos los eligen libremente; los
segundos son contenidos desarrollados de carácter disociativo ajenos a la tarea
y que son inducidos por el experimentador, y los terceros son contenidos de
carácter asociativo, que se orientan hacia la tarea. De nuevo, esta
clasificación solo aportaría una modificación a nivel de planificación
experimental.
Rejeski (1981, 1985) presentó
en su Modelo de Procesamiento Paralelo una contribución más conceptual que
empírica basada en que la percepción de esfuerzo vendría mediatizada por el
desgaste que las intensidades de trabajo máximo y submáximo producen en las
reservas fisiológicas, sin embargo, en las intensidades de trabajo submáximo
son las estrategias cognitivas las que más fácilmente median en la percepción
del esfuerzo. Aunque no han sido numerosos, algunos estudios han apoyado
indirectamente esta hipótesis (Rejeski y Ribsisl, 1980; Hardy, Hall y
Prestholdt, 1986). Blanco y Ruíz (1985), por su parte, consideran que si un
estímulo aversivo alcanza determinado nivel de intensidad puede absorber la
atención hacia él impidiendo de esa forma la eficacia de la distracción. Esta
situación de bloqueo de los procesos de disociación puede provocar en el
deportista una focalización de su atención hacia las sensaciones corporales que
provoca el malestar y así interpretarlas objetivamente en beneficio de su
rendimiento y evitar reacciones emocionales indeseadas (Blanco y Ruíz, 1985).
Bachman, Brewer y
Petitpas (1997) llegan a la conclusión de que las circunstancias de la prueba o
competición pueden ser determinantes para la elección de uno u otro estilo
cognitivo por parte del deportista. Estos autores investigaron los efectos que
tres situaciones de carrera tendrían en 33 atletas de campo a través. Una
condición presentaba un entrenamiento de carrera suave, otra un trabajo de
intervalos y la tercera una competición universitaria. Los resultados pusieron
de manifiesto que los procesos asociativos fueron más representativos en las
cogniciones de los corredores especialmente entre la condición de competición. En
el trabajo con remeros en una tarea de ergómetro, Scott, Scott, Bedic y Dowd
(1999), asignaron los sujetos a tres condiciones distintas. Un grupo escuchaba
una cinta centrada en las experiencias provenientes de la tarea (asociación),
otro escuchaba música durante el test (disociación) y la tercera condición
visionaba un reportaje sobre los Campeonatos del Mundo de Remo de 1992 (video
disociativo). Los resultados mostraron con claridad los efectos favorables de
los procesos asociativos aplicados por la primera condición (asociación).
Similarmente, McDonald y Kirby (1995) encontraron que los corredores de fondo de menor nivel competitivo tendían a emplear procesos disociativos para afrontar la dificultad de continuar la carrera o el entrenamiento mientras que los de nivel elite aplicaban mayormente estrategias cognitivas de asociación. En el estudio de Couture, Tihanyi y St-Aubin (1998), los resultados pusieron de manifiesto que los nadadores habían utilizado principalmente estrategias de tipo asociativo en ambas pruebas natatorias y mayormente en los parciales centrales de las mismas. Según los autores “estos resultados sugieren que los nadadores de pruebas de resistencia prefieren asociar cuando nadan” (Couture, Tihanyi y St-Aubin, 1998, p. 4).Por su parte, Masters y Ogles (1998) sugieren en sus trabajos con 315 maratonianos que, además de concluir que los procesos de asociación están relacionados con mayor rendimiento en esta prueba y los de disociación se atribuyen a un menor rendimiento, los deportistas que emplean estrategias de asociación pueden estar expuestos a las lesiones seguramente debido a una mayor dedicación y esfuerzo a la práctica de ese deporte. Más recientemente, Heffner (2006) ha investigado la hipótesis que los corredores de fondo emplean un foco más asociativo bajo condiciones competitivas en una prueba de 5000 metros. Los resultados del estudio, en consonancia con otros mencionados, indicaron que los corredores asociaron más bajo condiciones competitivas (es decir, durante la prueba de 5000 metros) que bajo condiciones no competitivas. Revisiones como la realizada por Brewer y Buman (2006) en este ámbito de estudio, corroboran estas evidencias. Según Buceta, López de la Llave, Pérez-Llantada, Vallejo y Del Pino (2002, p. 85), refiriéndose a corredores de maratón, “de estos hallazgos se puede desprender que en el caso de los corredores populares, tanto la actividad asociativa como la disociativa pueden ser pertinentes respecto a sus objetivos de rendimiento. Cuando se trate de corredores que deseen realizar buenos tiempos, corriendo al límite de sus posibilidades, quizá deban emplear estrategias asociativas la mayor parte de la carrera, alternándolas con estrategias disociativas en los momentos menos críticos. Sin embargo, los corredores con objetivos menos exigentes, es probable que se beneficien de las estrategias disociativas durante gran parte de la prueba”.
Por su parte, Baghurst,
Thierry y Holder (2004) encuentran en su trabajo una relación directa entre el
estilo atencional (Nideffer, 1976) de 60 remeros y la estrategia cognitiva
predominante en una tarea de ergómetro. Para estos autores, ambos conceptos
deben ser apropiadamente identificados ya que en ocasiones son confundidos o
aplicados como sinónimos. Tomando como ejemplo a un maratoniano, si éste emplea
una estrategia de tipo disociativo no focalizaría su atención necesariamente en
ningún estímulo concreto externo mientras que si aplicara una focalización
externa, esta podría ir dirigida posiblemente a centrarse en la línea que divide
la carretera. En efecto, en su investigación encontraron que los sujetos, aún
siéndoles solicitado que emplearan una estrategia cognitiva
(asociación/disociación) diferente en cada uno de los dos tests de 15 minutos,
con respecto al estilo atencional preferido, estos aplicaban la estrategia
cognitiva que confirmaba su estilo antencional. En esa línea Baghurst, Thierry
y Holder (2004) concluyen apoyando la hipótesis de que el rendimiento deportivo
de resistencia puede ser mejorado si los sujetos aplican las estrategias
cognitivas que coinciden con su estilo atencional preferente. La aportación
original de Morgan y Pollock (1977), continua siendo respaldada en la
actualidad en trabajos como los de Kress
y Statler (2007) o Buman, Omli, Giacobbi y Brewer (2008) aunque,
como veremos posteriormente, dentro de un marco conceptual más amplio.
El Programa de Entrenamiento Cognitivo
de Schomer (1986)
Una aportación más
interesante dentro de este contexto es la proporcionada por Schomer (1986).
Este autor desarrolla un sistema funcional de clasificación de las estrategias
cognitivas que posibilita una futura intervención en el estilo cognitivo del
deportista durante los entrenamientos y las competiciones. Partiendo del modelo
de clasificación establecido por Morgan y Pollock (1977), este investigador
efectúa una combinación con la categorización de los modelos atencionales de
Nideffer (1981); amplitud (ancha-estrecha) y dirección (interna-estrecha). El
concepto del que partió Schomer (1986), derivado de los estilos atencionales de
Nideffer (1981), postulaba que la focalización atencional estrecha-interna
suponía la combinación más adecuada para que los corredores de larga distancia
toleraran los estímulos aversivos que provoca el dolor en estas pruebas
atléticas. Schomer (1986) identificó las estrategias
asociativas con la focalización interna-estrecha, mientras que los procesos
disociativos guardaban relación fundamentalmente con un ensanchamiento
interno-externo, tal y como se muestra en la figura 1.
Figura 1. Propuesta
combinatoria de los Modelos de Morgan y Pollock (1977) y Nideffer (1981)
sugerida por Schomer (1986) (Díaz Ocejo, 2006, p.76).
Este autor halló a través de registros
momentáneos durante los entrenamientos que, independientemente del nivel de condicionamiento
aeróbico del deportista, existía una relación significativamente alta entre las
estrategias asociativas y la
intensidad percibida. Así, cuanto mayor era la intensidad percibida de los
entrenamientos más aumentaba de forma significativa el uso de procesos
asociativos en los corredores. Esto parecía apuntar a que la elección de los
atletas de asociar cognitivamente
posibilitaría una mejora de su capacidad aeróbica y por ende la consiguiente
mejora de su nivel competitivo. Otra característica cualitativa encontrada por
Schomer (1986) fue que, cuanto más elevado era el nivel competitivo del
corredor, más importante era el papel que la auto-observación corporal jugaba
en sus pensamientos en relación al esfuerzo percibido, mientras que las
emociones y sensaciones no influyeron significativamente la relación con la
percepción del esfuerzo. Schomer (1986) no encontró una secuencia fija en la
utilización de los procesos asociativos o disociativos aunque si constató que,
cuanto mayor era la intensidad percibida, más se tendía a aplicar un estilo
cognitivo asociativo. En esa línea,
Fillingham y Fine (1986) concluían en su trabajo que los corredores en la
condición experimental presentaban índices más bajos de síntomas relacionados
con el esfuerzo que los grupos control o asociativo. Padget y Hill (1989)
revelaron igualmente que los sujetos del grupo instruido en focalización
externa mostraban menor esfuerzo percibido que la condición control.
Similarmente, Masters y Lambert (1989) también encontraron evidencias que
corroboraban las sugerencias aportadas por Schomer (1986), en su exploración
con corredores de nivel medio con respecto a los de elite. Sus resultados
indicaban una tendencia de los sujetos a alternar entre ambas estrategias, aunque los corredores de
mayor nivel de condicionamiento utilizaban significativamente más tiempo las
estrategias asociativas en carrera.
Por su parte,
González-Suárez (1989, pp. 212-213) concluye en su trabajo con 51 maratonianos
que “la utilización de estrategias
cognitivas asociativas o de focalización atencional en los aspectos relevantes
para la tarea, aumenta el rendimiento de resistencia deportiva de tipo dinámico
(...) las percepciones de fatiga y de esfuerzo percibido durante pruebas de
resistencia dinámica se ven reducidas mediante la utilización de estrategias
disociativas”. Algo más tarde, el propio González-Suárez (1996) evaluaría
experimentalmente la eficacia de diferentes estrategias
cognitivas para mejorar el rendimiento deportivo de resistencia, empleando
el método de Schomer (1986), y tratar de comprobar si tal eficacia está
condicionada por el nivel deportivo del sujeto. En su experimento participaron
33 sujetos varones de tres niveles (competitivo, intermedio y principiante) en
los que se dividió a los sujetos según el tiempo empleado en terminar el
maratón. Los sujetos realizaron carreras de resistencia maximal al 102% de la
velocidad de carrera correspondiente a su umbral anaeróbico. “Los resultados del experimento pusieron de
manifiesto que cuando los sujetos corrieron hasta el agotamiento auto impuesto
con las estrategias de tipo asociativo, incrementaron su tiempo de resistencia”.
(González-Suárez, 1996, p.16). Además se evidenció que el empleo de una u
otra estrategia influía en la
percepción de esfuerzo, ya que los procesos disociativos repercutían en un
menor esfuerzo y fatiga percibida, mientras que los asociativos tendieron a
provocar esa percepción. En opinión de Jaenes y Caracuel (2005, p. 64).) “el trabajo de González-Suárez (1996) tiene,
a nuestro entender, el valor de ser la primera investigación empírica sobre el
tema en condiciones naturales”.
A la vista de
estas evidencias, los investigadores parecen sugerir que un estilo cognitivo de
tipo asociativo conduce a un mejor rendimiento y una mayor percepción del
esfuerzo percibido, mientras que la disociación se relaciona con un rendimiento
más bajo y percepciones de esfuerzo menores. Además, la asociación parece
correlacionar con mayores síntomas de fatiga y aburrimiento según Padget y Hill
(1989). Lejos de ser definitivas, estas evidencias fueron cuestionadas por
parte de otros autores. Así, Morgan y cols. (1983) en su intento de examinar “si es posible facilitar el rendimiento de
resistencia a través de estrategias cognitivas” (p.62) con sujetos corriendo
en tapiz rodante al 80% de su capacidad máxima aeróbica, encontraron que todos
mantuvieron parámetros fisiológicos similares aunque el grupo de disociación
mostró mejoras en el rendimiento en ambas series. Estos investigadores
concluyeron que “la distracción de las
sensaciones de malestar permitió a los participantes del grupo de disociación
tolerar una mayor nivel de malestar durante más tiempo” (Morgan y cols.,
1983, p.251). Posteriormente, Okwumabua
y cols. (1987) concluyeron en otro trabajo con corredores de fondo que los
tiempos finales en su segunda participación en una maratón estaban relacionados
con variables del entrenamiento, la marca anterior y medidas de auto-eficacia.
Sin embargo, el uso de estrategias
cognitivas no estaba significativamente relacionado con el rendimiento en la
carrera. Igualmente, Weinberg, Smith, Jackson y Gould (1984) no encontraron diferencias
significativas en una tarea de carrera de 30 minutos entre las estrategias
asociativas y disociativas empleadas por los sujetos. Otros resultados contradictorios, son los ofrecidos por
Padget y Hill (1989), quienes abordaron este Modelo con dos estudios de los
cuales uno de ellos fue realizado con 12 atletas universitarios corriendo a su
ritmo natural de entrenamiento y otro con estudiantes de Educación Física en un
cicloergómetro durante 30 minutos. Los sujetos mostraron un rendimiento
superior empleando la estrategia de distracción. Masters y Lambert (1989)
criticaron los resultados hallados por Schomer (1987) argumentando el método
intrusivo que Schomer había empleado para el registro de datos en su estudio.
Los sujetos habían sido instruidos para verbalizar sus pensamientos y los
grabasen en una casete mientras corrían, lo que posiblemente influyó en una
mayor utilización de los procesos asociativos. Otras críticas se han referido a
las limitaciones del Entrenamiento de Schomer (1986), en cuanto, por ejemplo, a
la utilización de un número escaso de sujetos experimentales. Según Okwumabua y
cols. (1983), los sujetos en su estudio prefirieron aplicar sus propios
procesos cognitivos al margen de los solicitado por los autores. Incluso Sachs
(1984), concluyó que los sujetos reaccionaron frecuentemente de manera negativa
cuando se les exigió utilizar unas estrategias
distintas a las que estaban acostumbrados.
A este desarrollo en el ámbito de las estrategias
cognitivas asociativas o disociativas
hay que sumar el interesante resultado obtenido por Ungerleider, Golding,
Porter y Foster (1989) quienes en su informe tras entrevistar a 587 atletas
veteranos de nivel nacional reportaron que aproximadamente el 76% de ellos
utilizaban estrategias asociativas
durante las competiciones. Parece evidente por tanto, que el
concepto de esfuerzo percibido y el modo en que los deportistas lo afrontan de
la mejor forma posible “parece un
fenómeno complejo que puede estar influenciado por las diferencias individuales
en cuanto a disposición e historial personal, las características de la tarea,
el nivel de la intensidad, las condiciones del entorno y componentes
psicológicos”, (Stanley, 2004, p.5). Masters y Ogles (1998)
realizan una revisión sobre los 20 años de investigación en este ámbito
aportando algunas necesidades en materia de terminología como la posibilidad de
cambiar disociación por otro vocablo más adecuado, realizar mejoras en cuanto a
medidas y diseños de investigación u orientarlas a campos relacionados con las
lesiones, la adherencia al ejercicio físico o los procesos emocionales. Además,
estos investigadores informan que los procesos de asociación están relacionados
con un mayor rendimiento competitivo, la disociación o distracción correlaciona
con niveles inferiores de esfuerzo percibido y posiblemente mayor resistencia
física y que la asociación hacia los estímulos aversivos provenientes de la
tarea realizada puede guardar relación con las lesiones aunque no ocurre igual
con los procesos disociativos. Esto contradice lo que apuntaba Schomer (1990)
acerca de que los procesos asociativos permitían un rendimiento óptimo así como
un esfuerzo intenso pero sin favorecer las lesiones en el caso de los
maratonianos.
Más recientemente, y como muestra de la falta de
resultados concluyentes, por una lado, Antonini-Philippe, Reynes y Bruant
(2003), han propuesto en su trabajo con triatletas, fondistas y nadadores de
tres niveles diferentes (nacional, regional y local) verificar el uso de las
estrategias de asociación por parte de los deportistas de elite y si los de
menor nivel preferían el empleo de procesos disociativos. Para ello, 60 sujetos
fueron sometidos al método de Schomer (1986) con el objeto de comprobar el uso
de los procesos cognitivos de asociación/disociacion. En contra de lo apuntado
en varios estudios anteriormente comentados, estos autores no hallaron
diferencias significativas entre las estrategias empleadas por los deportistas
de los tres distintos niveles, si bien encontraron diferencias en cuanto la
variable sexo. Por otro lado, Hutchinson y Tenenbaum (2007), concluyen en su
trabajo en una prueba de resistencia en ciclo ergómetro al 50%. 70% y 90% del
VO2max, en la que las cogniciones de los sujetos fueron clasificadas a partir
del método de Schomer (1986), que la “focalización atencional fue
predominantemente disociativa durante la fase de poca intensidad de la tarea, y
giró hacia predominantemente asociativa a medida que la intensidad aumentaba” (Hutchinson
y Tenenbaum, 2007, p. 242). En la línea de las investigaciones señaladas,
Schomer, Gahweiler y Bokhorst (2002) sugieren una clasificación específica para
los procesos cognitivos en ciclismo, en relación al esfuerzo percibido. Se
estableció una nueva subcategoría específica para el ciclismo denominada monitorización
del material (en referencia a la bicicleta). Los resultados tampoco mostraron
diferencias significativas en el empleo, esta vez, únicamente de estrategias
asociativas entre ciclistas de nivel elite, medio y recreacional.
PERSPECTIVAS
CONTEMPORÁNEAS DE LAS ESTRATEGIAS COGNITIVAS EN LA RESISTENCIA DINÁMICA
Modelo
Bidimensional de Stevinson y Biddle (1999)
Teniendo en consideración los aspectos señalados
hasta el momento, Stevinson y Biddle (1999) ofrecen una solución potencial en su
Modelo Bidimensional para abordar los procesos cognitivos de los deportistas involucrados
en pruebas de resistencia dinámica. La primera dimensión es la orientada a la
relevancia de la tarea que puede ser interna o externa y que “difiere de la
relación con la tarea del sistema de Schomer (1986) en que la atención podría
ir focalizada hacia algo relacionado con la tarea pero no necesariamente
relevante para el rendimiento” Stevison y Biddle (1999, p. 235). La segunda
dimensión parte de la orientación de la atención que puede ser interna
(disociación interna) como pueden ser soñar despierto o fantasías, o externa,
(disociación externa), como por ejemplo centrarse en el contexto o los
espectadores. Esta clasificación daría lugar a cuatro tipos de estrategias de
afrontamiento que serían asociación (Tabla 3).
Connolly y Janelle (2003) llevaron a cabo dos investigaciones basándose en
el Modelo de Stevinson y Biddle (1999). Las evidencias arrojadas tras el primer
estudio manifestaron que el grupo en la condición de asociación obtuvo mejores
resultados que los sujetos que habían empleado estrategias disociativas o naturales. En la segunda experiencia,
los resultados mostraron que los remeros en la condición de asociación
efectuaron un mejor rendimiento en cuanto a metros realizados en el ergómetro y
además los remeros del grupo de asociación también experimentaban mayor
esfuerzo percibido y más pulsaciones por minuto en los parciales de la tarea en
el ergómetro donde utilizaban mayormente el enfoque atencional interno (Connolly y Janelle, 2003).
Estos autores concluyeron que “los
resultados encontrados demuestran que la asociación es la estrategia atencional
óptima para mejorar el rendimiento en entrenamientos aeróbicos y anaeróbicos en
ergómetro con remeros universitarios” (Connolly y Janelle, 2003, p.210).
|
Interno |
Externo |
Relevante a la tarea (Asociación) |
Fatiga, dolor muscular, respiración, sudoración, calambre, nauseas, ampollas (monitorización interna) |
Condición, ruta, estrategia, avituallamiento, parciales, Puntos kilométricos (monitorización externa) |
Irrelevante a la tarea (Disociación) |
Sueños despierto, fantasías, matemáticas, Puzles, imaginar música, Poesía, filosofía, (distracción
interna) |
Escenario, entorno, espectadores, otros corredores, Ropa bonita, charlar, (distracción externa) |
Tabla 3. Modelo de sistema de clasificación bidimensional de pensamientos.
Traducido de Stevison y Biddle (1999, p. 236).
Más,
recientemente Stanley, Pargman y Tenenbaum (2007), han examinado los efectos de
las estrategias cognitivas sobre el esfuerzo percibido siguiendo el Modelo de
Stevinson y Biddle (1999). La primera de cinco sesiones consistió en una prueba
submáxima dirigida a la capacidad aerobia de los participantes. En las cuatro
sesiones siguientes, los participantes pedalearon en el ergómetro a un ciclo
inmóvil del 75% de su VO2-submáximo durante 10 minutos, seguido de su
estimación de esfuerzo percibido (Ratings of Perceived Effort, RPE). Ambos
tratamientos asociativos dieron lugar a niveles más altos de RPE que los 2
tratamientos disociativos para la misma carga física. Sin embargo, no se
encontraron diferencias significativas en percepción de esfuerzo percibido entre
las dimensiones internas y externas, sugiriendo que la dimensión
asociativo-disociativa es el determinante principal del esfuerzo percibido.
Modelo Cognitivo-Social del Esfuerzo Percibido de
Tenenbaum (2001)
Partiendo de las afirmaciones orientadas a la
influencia que factores externos al deportista y el nivel de intensidad de la
tarea ejercen sobre éste, Tenenbaum (2001) propone su Modelo Cognitivo Social
(Figura 2). Tenenbaum (2001, p. 810) comenta a cerca de su Modelo
que “la percepción del esfuerzo está determinada por la disposición del
individuo, características socio-culturales, la tarea (…), el nivel de
intensidad, las condiciones en que la tarea se desarrolla (…), y las
estrategias de afrontamiento empleadas cuando se experimentan estas sensaciones”.
De ese modo, mientras que la intensidad se mantiene baja o moderada sólo se
perciben síntomas derivados de la estimulación aversiva relacionados con la
respiración, molestias en las piernas o la sudoración y el deportista puede alternar
entre procesos asociativos y disociativos durante la tarea (como en el caso de
los atletas de menor rendimiento). Por el contrario, a medida que la intensidad
aumenta se percibe fatiga extrema, se orientan los pensamientos hacia la
conclusión de la prueba y aumenta la dificultad para respirar. Asimismo, esta
subida de intensidad provoca que la capacidad atencional se reduzca, con lo que
el sujeto no puede efectuar alternancias entre los pensamientos asociativos y
disociativos. Esta circunstancia desemboca en la predominancia de las
estrategias asociativas, caso habitual en los deportistas de elite según Noble y Robertson, (1996), Tenenbaum, (2001) o Hutchinson
y Tenenbaum (2007).
Este modelo se aleja de
enmarcar los procesos asociativos dentro del rendimiento de los deportistas de
alto nivel y los disociativos en el ámbito de los competidores o practicantes
de menor rendimiento, y sí defiende que ambos procesos son más bien derivados
de la intensidad a la que se trabaje y de la percepción de esfuerzo que de ella
se deriva (Mora y Díaz Ocejo, 2008). De hecho, Tenenbaum y Hutchinson (2007, p.
561) se refieren este Modelo como “un modelo que postula el efecto de las
características del individuo, las condiciones del entorno, las características
de la tarea y las estrategias de afrontamiento en ambos esfuerzo y tolerancia
percibida”. Así, la relación mutua entre el esfuerzo percibido y la
tolerancia al esfuerzo supone que cuando se informa que el esfuerzo percibido
es bajo, en cualquier tarea o condición ambiental, el deportista puede
adherirse y afrontar el esfuerzo durante más tiempo que cuando se informa que
el esfuerzo percibido es alto.
Figura
2. Modelo Cognitivo Social ofrecido por Tenenbaum (2001,
p. 811).
En general, parece que la relación entre la variable
disposicional del individuo y el esfuerzo percibido parece limitada y que esa
relación parece depender de la intensidad de la tarea (Hall, Ekkekakis y Petruzzello,
2005). Siguiendo a Tenenbaum y Hutchinson (2007, p. 561) “el esfuerzo
percibido y la tolerancia al esfuerzo suponen un fenómeno complejo en el que el
sujeto se esfuerza por adaptarse a las demandas sociales y físicas que le han
sido impuestas durante el ejercicio”. A cerca de la familiaridad con la
tarea, mientras que Janot, Steffen, Maher, Zedaker y Porcari (1998) informaron
que escaladores de nivel inferior manifestaban niveles superiores en esfuerzo
percibido, en comparación con los de mayor nivel, autores como Lagally, McCaw,
Young, Medema y Thomas (2004) no encontraron diferencias entre sujetos noveles
y practicantes habituales en una tarea de resistencia. No obstante y según
Tenenbaum, Hall, Calcagnini, Lange, Freeman y Lloyd (2001), es razonable
señalar que estar acostumbrado a realizar una tarea puede influenciar el
esfuerzo percibido hacia niveles inferiores en relación a sujetos no
acostumbrados a la misma. Sobre las condiciones ambientales y percepción de
esfuerzo, siguiendo las aportaciones de Borg (1998) y Noble y Robertson (1996),
se han destacado tres elementos primordiales en cuanto a la influencia de las
condiciones ambientales; el contexto social (influencia de los estímulos
presentes en el entorno, como por ejemplo la presencia o no de otros
participantes en la tarea), la duración de la tarea y la intensidad de la
misma.
Por otro lado, Tenenbaum (2001) relaciona su Modelo
con la orientación propuesta por Bandura (1977) y su Teoría de la Auto eficacia.
El mismo Bandura (1995, p. 359) señala que “quienes se auto-perciben
desarrollan acciones que generan información y también sirven de mecanismo de
filtro de auto-referencia en el proceso de auto-mantenimiento”, proceso que
se ve influenciado por la intensidad de la tarea y, por ende, afectaría a la
auto-eficacia en relación al esfuerzo percibido (Hall, Ekkekakis y Petruzzello,
2005). Así, la orientación de meta, la competencia percibida, el compromiso o
la determinación supondrían variables a considerar para comprender el esfuerzo
percibido. La orientación de meta no ha gozado de numerosas investigaciones
hasta la fecha en relación al esfuerzo percibido y la tolerancia al esfuerzo, y
aún menor atención han recibido las dedicadas a las perspectivas de meta en
situaciones favorables (Gernion, D’Arripe-Longueville, Deligniéres y Ninot,
2004). La competencia percibida haría referencia a un constructo
multidimensional, consecuencia de la destreza adquirida en la práctica de la
tarea, cuyo proceso resultaría en conductas y percepción de control. El
compromiso o la determinación, por otro lado, se relacionan con el esfuerzo en
cuanto a en qué medida el grado de inversión y tolerancia a la tarea
influencian a las conductas de afrontamiento y a la perseverancia.
NUEVAS DIRECCIONES HACIA LA MULTIDIMENSIONALIDAD DE LAS PERCEPCIONES DEL
ESFUERZO
Las líneas de investigación actuales a cerca de la
conceptualización del esfuerzo percibido en las tareas de resistencia dinámica,
parecen apuntar a la multidimensionalidad de la percepción como clave para
comprender este proceso (Tenenbaum y Hutchinson, 2007). El mismo Borg (1998),
se refiere a este constructo como una configuración de sensaciones como son la
tensión muscular, molestias y fatiga que se irradian desde el aparato
musculo-esquelético, sistema pulmonar, receptores somato sensoriales, sistema
cardiovascular y otros órganos. Para este autor, variables psicológicas como
son la emoción y la motivación suponen ya elementos integrales en la
experiencia de percepción del esfuerzo. Según Noble y Robertson (1996), algunos
tipos de síntomas relacionados con el esfuerzo percibido no están
específicamente relacionados con procesos fisiológicos, algo que se viene
poniendo de manifiesto en investigaciones recientes.
Por un lado, el papel de la auto-eficacia y su
relación con la percepción del esfuerzo parece augurar futuras investigaciones
para esclarecer como se relacionan estas variables. En el trabajo de Hall,
Ekkekakis y Petruzzello (2005), la auto-eficacia se midió regularmente en una
escala de cero a cien en una tarea de tapiz rodante durante quince minutos. La
intensidad se estableció al 20% por debajo del umbral respiratorio, otra en el
umbral respiratorio y finalmente a un 10% sobre el mismo umbral. Los resultados
mostraron que la auto-eficacia correlacionaba negativa y consistentemente con
la percepción de esfuerzo en los umbrales respiratorios por debajo e igual,
mientras que no se observaron correlaciones significativas a intensidades
superiores en relación a la percepción de esfuerzo. Otras evidencias a favor de
esa relación negativa entre auto-eficacia y esfuerzo percibido serían las
aportadas por Pender, Bar-Or, Wilk y Mitchell (2002) o Rudolph y McAuley
(1996).
Por otro lado, en el trabajo de Ekkekakis, Hall y
Petruzzello (2004), la percepción de activación y la percepción de esfuerzo
aumentaron continuadamente durante una tarea de esfuerzo dinámico, mientras que
la percepción de afecto (placer-desagrado) no hizo lo propio. Sujetos no
entrenados participaron en una prueba de tapiz rodante hasta la extenuación
volitiva auto impuesta. La percepción de esfuerzo se midió a través de la
Escala de Borg (1998), la percepción de activación a través de la Escala FAS (Felt
Arousal Scale, Svebak y Murgatroyd, 1985), y el afecto a través de la
Escala FS (Feeling Scale, Hardy y Rejeski, 1989). Los sujetos informaron
sobre su percepción de esfuerzo en cada minuto de la tarea en cada una de las
escalas, hasta alcanzar el agotamiento auto impuesto. Los resultados pusieron
de manifiesto un efecto significativo en todas las variables, aunque solamente
la tendencia de la media cuadrática en la Escala de afecto mostró diferencias
significativas. Ekkekakis y cols. (2004) observaron un decrecimiento más
acusado en la variable de afecto coincidiendo con la superación del umbral
ventilatorio. Similarmente, Arent, Landers, Matt y Etnier (2004) han informado
de diferencias en las respuestas afectivas pos ejercicio. En su trabajo se
examinó la variación en la respuesta afectiva inducida a través de un protocolo
de resistencia dinámica (al 40%, 70% y 100% de intensidad en cada tarea). En esta
ocasión, los autores también consideraron parámetros cardiacos y de nivel de cortisol
(hormona que se segrega para ayudar al cuerpo a manejar el estrés). Los
resultados reflejaron que “un cambio de afecto tras un entrenamiento de
resistencia tiene lugar a nivel dimensional (por ejemplo en afecto positivo y
afecto negativo) y a nivel de categoría (por ejemplo en ansiedad)” (Arent y
cols. 2004, p. 104). Además, las respuestas en la frecuencia cardíaca y los
niveles de cortisol aparecían como predictores significativos en cambios del
estado afectivo negativo, aunque no en los de estado positivo. Los autores
concluyen afirmando que los cambios hacia un estado afectivo negativo están
mayormente influenciados por señales interoceptivas asociadas con las demandas
fisiológicas de la tarea, mientras que los cambios hacia un estado afectivo
positivo resultarían de una valoración cognitiva basada en señales
exteroceptivas derivadas de la demanda de la tarea.
Hutchinson y Tenenbaum (2006) han estudiado la
percepción de esfuerzo en dos tareas hasta el agotamiento (una tarea de
resistencia estática y otra de resistencia dinámica). La tarea en el
cicloergómetro suponía pedalear al 50%, 70% y 90% del Vo2max hasta la fatiga.
Se midieron tres dimensiones de la percepción de esfuerzo a través de informes
verbales; sensorio-discriminatoria (molestias musculares, dolor y fatiga),
afectivo-motivacional (concentración, determinación y dureza mental) y
sensaciones cognitivo-evaluativas (esfuerzo, ejecución y aversividad de la tarea).
Los resultados indicaron que las tres dimensiones fueron percibidas de un modo
diferente y se comportaron de un modo diferente durante las dos tareas. En la
tarea en el cicloergómetro, los resultados mostraron efectos significativos en
la sensación de esfuerzo, la duración del esfuerzo y la sensación de esfuerzo
como consecuencia de la interacción tarea-esfuerzo. Las sensaciones
afectivo-motivacionales fueron clasificadas de media como superiores a las
sensorio-discriminativas, y superiores a las cognitivo-evaluativas. Las
sensaciones cognitivo-evaluativas fueron clasificadas como superiores a las
físicas Los autores concluyen afirmando que ”existe la necesidad de
establecer un concepto de percepción de esfuerzo, y de desarrollar una medida
para la multidimensionalidad del esfuerzo percibido” (Hutchinson
y Tenenbaum, 2006, p. 475). Aunque han sido escasos los
trabajos en ese sentido, las evidencias apuntan a que aquellos sujetos
orientados a la tarea parecen mostrar un nivel superior de afrontamiento ante
tareas de esfuerzo, en comparación a de orientación hacia el ego.
En investigaciones recientes, la diversidad de
estrategias de afrontamiento parece anunciar futuras tendencias que sean
capaces de explicar la complejidad existente entre los distintos elementos
involucrados en este ámbito de estudio. Kress y Statler (2007), en un intento
por describir las estrategias cognitivas empleadas por ciclistas olímpicos para
afrontar la estimulación aversiva impuesta por la tarea (carrera en ciclismo),
concluyeron que estas estrategias eran abundantes en número, y que, en general,
estos ciclistas tendían a asociar más que a disociar. Tras un análisis
inductivo del contenido obtenido a través de entrevistas, se obtuvieron 222
expresiones de los ciclistas para describir el esfuerzo percibido (recordando
experiencias en competición y entrenamientos). Estas expresiones fueron
agrupadas en 16 subcategorías y finalmente clasificadas en 6 categorías: a) el
grado de dolor es puramente una percepción, b) el dolor se percibe en base a la
satisfacción con la tarea cuando las variables fisiológicas se mantienen
constantes, c) habilidades cognitivas como establecimiento de metas, imaginería
o auto-habla positiva se empelaban como rutina, d) la mente y el cuerpo se
veían como dualismo durante el rendimiento, e) el dolor era una experiencia
positiva, parte del deporte y de la identidad del individuo y, f) estar en
posición de control en carrera tendía a aminorar la percepción de dolor. En una
línea similar, Buman, Omli, Giacobbi y Brewer (2008) concluyen en su análisis
descriptivo sobre las características de las respuestas de afrontamiento en
maratonianos al llegar a la pared (según Stevinson y Biddle, 1998, p.
229 “donde las reservas de glucógeno se han acabado y la energía tiene que
ser convertida a través de la grasa” que suele ocurrir alrededor del km
35), que el 51% de los sujetos empleaba a) la asociación, b) la disociación, c)
recomposición mental (mental reframing), d) renegociación de la meta en
carrera, e) relajación, f) auto-habla, g) visualización y, h) ímpetu (willpower),
como dimensiones principales para afrontar el esfuerzo percibido. A la vista de
estos resultados, los autores concluyen afirmando que “la mayoría de las
investigaciones se han centrado casi solamente en la dicotomía
asociación/disociación como modo para clasificar las estrategias cognitivas de
los maratonianos. Aunque los resultados del presente trabajo apoyan el empleo
de estas estrategias como una forma de
adaptación cognitiva al llegar a la –pared-, el patrón general de los
resultados sustenta una más amplia conceptualización de la –pared-, dado el extenso
espectro de estrategias de afrontamiento manifestadas” (Buman, Omli,
Giacobbi y Brewer, 2008, p.296). Como se puede comprobar, los resultados de los
estudios abordados en este ámbito apuntan a la multidimensionalidad como base
explicativa de los procesos cognitivos y la resistencia dinámica, más allá de
una mera valoración de un ítem independiente como medida del esfuerzo percibido.
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
El objetivo del presente trabajo ha sido realizar una revisión
bibliográfica de las estrategias cognitivas empleadas en la resistencia
dinámica, con el propósito de presentar un marco de compresión sobre la
situación en que se encuentran las investigaciones en este ámbito de estudio. A
raíz de lo analizado, parece sensato manifestar de un modo genérico, que los
trabajos no han ofrecido resultados concluyentes. Las estrategias internas del deportista (asociativas) parecen ser beneficiosas
para el control de las cogniciones durante las pruebas de rendimiento deportivo
de intensidad alta, y las estrategias externas (disociativas),
por otro lado, se suponen más apropiadas para entrenamientos o situaciones
donde la intensidad es moderada. Si bien es cierto que, en pruebas de larga
duración como la maratón, los deportistas de elite tenderán a alternar entre
ambas estrategias dependiendo
del momento y la situación de carrera. Tal y como señalan Jaenes y Caracuel
(2005, p. 65) “…si estamos rodando,
entrenando a un ritmo cómodo, (...), la disociación es la estrategia atencional
más adecuada; mientras que si lo que quiere es correr a un ritmo determinado
que suponga un nivel de esfuerzo es preferible centrarse en la tarea, es
deseable usar estrategias asociativas”. Esta tendencia parece ser característica en otras tareas de resistencia
dinámica, tal y como han presentado algunos autores (Connolly y Janelle, 2003,
con remeros o Kress y Statler, 2007, con ciclistas).
En
base a la revisión realizada sobre el desarrollo de las distintas fases en la
investigación de las estrategias cognitivas en la resistencia dinámica, parece
evidente que la clasificación inicial de Morgan y Pollock (1977) ha
representado el hilo conductor de las investigaciones en esta materia. Los subsiguientes
modelos destacados (Schomer, 1986; Stevinson y Biddle, 1999;
Tenenbaum, 2001),
si bien han señalado aportaciones relevantes para comprender los procesos
cognitivos en la resistencia dinámica, tampoco han sido capaces de proporcionar
una explicación definitiva para comprender estos procesos. Sin embargo, podemos
concluir que si han facilitado nuevas perspectivas desde las que se pueda
ofrecer una mejor conceptualización del fenómeno; en nuestra opinión, estas
serían la relevancia de la intensidad
como variable mediadora destacable y su influencia en estas tareas (tanto en el
ámbito recreacional como el de elite), y el carácter multidimensional de los procesos cognitivos en la percepción
de esfuerzo. No cabe duda de que la
habilidad de los deportistas de resistencia para afrontar y resistir el
malestar supone un factor crítico para el éxito deportivo. La falta de recursos
para enfrentarse a esta característica intrínseca a estas especialidades puede
ser determinante para su rendimiento, independientemente del nivel de
condicionamiento físico del deportista. En este sentido, la intensidad de la
tarea parece representar un papel notable en la tolerancia y percepción de
esfuerzo. Bueno, Capdevila y Fernández Castro (2002, p. 213) añaden una reflexión
interesante al respecto “la falta de
recursos de afrontamiento ante una situación amenazante es el precipitador
final del sufrimiento competitivo, puesto que este implica impotencia (...) la
aparición del sufrimiento significaría una disminución del esfuerzo, mayor
sensibilidad al dolor y, en definitiva, una merma en el rendimiento”. Similarmente,
el efecto de las variables disposicionales del individuo (deseo de impresionar
a los demás, exagerar los logros personales, locus de control, etc.), las condiciones
del entorno (físicas y sociales) o las características de la tarea (metabolismo
solicitado) en ambos esfuerzo y tolerancia percibida, merecen futuras
investigaciones. Evidencias recientes (Kress y
Statler, 2007; Buman, Omli, Giacobbi y Brewer, 2008), sugieren que la percepción de esfuerzo es afrontada a través del empleo
de un conjunto de estrategias más allá de la clasificación inicial de Morgan y
Pollock (1977). Así, dimensiones como la percepción de la activación y el
afecto (Ekkekakis y cols. (2004), las señales interoceptivas
asociadas con las demandas fisiológicas de la tarea, la valoración cognitiva
basada en señales exteroceptivas (Arent y cols. 2004) o variables afectivo-motivacionales,
sensorio-discriminativas o cognitivo-evaluativas (Hutchinson y Tenenbaum, 2006),
abren un abanico de posibilidades que justifican la multidimensionalidad del
fenómeno. Más aún, la relación entre auto-eficacia y percepción de esfuerzo
parece garantizar futuras investigaciones para esclarecer como se relacionan estas
variables. Algunos trabajos (Hall y cols., 2005; Pender y cols., 2002) sugieren
que la auto-eficacia y la competencia percibida parecen ser predictores de la tolerancia
al sufrimiento. Siguiendo lo postulado por Bandura (1995), los individuos que
se perciben poco auto-eficaces también creerán que les falta la energía
necesaria para afrontar la tarea. De igual modo, la orientación de meta supone
otra variable relacionada con la persistencia y el compromiso para el esfuerzo que el sujeto está dispuesto a invertir y
tolerar, ya que el individuo se orienta hacia la superación
de sus propios estándares. Estas variables parecen presumir, a nuestro
entender, un complejo mecanismo en las cogniciones de los deportistas a tener
en consideración, de cara a establecer diferencias entre aquellos sujetos que
perciben y toleran el esfuerzo como facilitador de un rendimiento óptimo
(de elite), en comparación a los que no son capaces de alcanzar ese nivel (para
quienes percibir y tolerar la intensidad del esfuerzo actuaría como debilitador
de su rendimiento).
Con todo ello, y a partir de
las reflexiones señaladas, se estima probable que las líneas futuras de trabajo
se orienten a que la percepción del esfuerzo se deba a diversas variables fisiológicas
y psicológicas. Ello sugiere, por lo tanto, focalizar los esfuerzos para
comprender la multidimensionalidad más allá del empleo de una sola medida de
valoración en relación al esfuerzo percibido en la resistencia dinámica. Existe
la necesidad de configurar una teoría adecuada que permita abordar este proceso
psicofisiológico como un conjunto de sensaciones asociadas con el esfuerzo. De
ese modo, la Escala de Borg (1998) se considera insuficiente para revelar la
percepción de esfuerzo en tareas de resistencia dinámica. Por otro lado, las
investigaciones y modelos analizados no han presentado resultados concluyentes
y son consecuencia de estudios de carácter correlacional (en gran número). Las
metodologías empleadas se deberían perfeccionar en un futuro a través de, por
ejemplo, el uso sistemático de grupo control, incrementar el número de sujetos
experimentales u optimizar la recogida de información de las cogniciones y
estrategias de afrontamiento utilizadas durante la fase experimental (hasta la
fecha han predominado la recogida de información tras la ejecución de la tarea,
con el consiguiente sesgo ocasionado por el empleo de la memoria o valiéndose del
cuestionado Método de Schomer, 1986, 1987).Estas reflexiones nos llevan a la
conclusión de que las líneas futuras de investigación parecen, como se ha
podido apreciar, abocadas a considerar un conjunto de elementos relacionados
con la percepción y tolerancia al esfuerzo en la resistencia dinámica. Sería oportuno,
de cara a futuras investigaciones, hacer referencia a la percepción de
esfuerzo, posiblemente, como a percepciones de esfuerzo.
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34 - junio 2009 - ISSN: 1577-0354