Generador de Códigos QR CodesGómez-Mármol, A; Sánchez-Alcaraz, B.J.; Molina-Saorín, J. y Bazaco, M.J. (2017). Violencia escolar y autoimagen en adolescentes de la región de Murcia (España) / School Violence and Self-Image in Adolescents from the Region of Murcia (Spain). Revista Internacional de Medicina y Ciencias de la Actividad Física y el Deporte vol. 17 (68) pp. 677-692 Http://cdeporte.rediris.es/revista/revista68/artrelacion850.htm

DOI: https://doi.org/10.15366/rimcafd2017.68.007

 

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ORIGINAL

 

VIOLENCIA ESCOLAR Y AUTOIMAGEN EN ADOLESCENTES DE LA REGIÓN DE MURCIA (ESPAÑA)

 

SCHOOL VIOLENCE AND SELF-IMAGE IN TEENAGERS FROM THE MURCIA REGION (SPAIN)

 

Gómez-Mármol, A1; Sánchez-Alcaraz, B.J.2; Molina-Saorín, J.1 y Bazaco, M.J.1

 

1 Doctor. Facultad de Educación. Universidad de Murcia (España) alberto.gomez1@um.es, jesusmol@um.es, mjbazaco@um.es

2 Doctor. Facultad de Ciencias del Deporte. Universidad de Murcia (España) bjavier.sanchez@um.es

 

Código UNESCO / UNESCO Code: 6114.02 Actitudes / Attitudes

Clasificación Consejo de Europa / Council of  Europe Classification: 16 Sociología del deporte / Sport Sociology

 

Recibido 13 de mayo de 2015   Received May 13, 2015

Aceptado 4 de septiembre de 2015  Accepted  September 4, 2015

 

RESUMEN

 

Esta investigación pretende estudiar los niveles de violencia percibida y sufrida en centros escolares, analizar la satisfacción con la autoimagen corporal y la relación entre estas variables. Es un estudio descriptivo cuya muestra está compuesta por 284 escolares de la Región de Murcia con edades comprendidas entre los 12 y 17 años. Se han administrado los cuestionarios BODY SHAPE self-perceived de Stunkard, Sorensen y Schulsinger (1983) para el análisis de la autoimagen corporal y el CUVECO de Fernández-Baenal et al. (2011) para la violencia escolar. Los resultados muestran, sobre la imagen corporal, que existe un elevado porcentaje de adolescentes que están insatisfechos, especialmente las chicas, mientras que sobre la violencia escolar se observa una estabilidad en la evolución de violencia percibida mientras que se produce una disminución de la violencia sufrida. Por último, se ha registrado el mayor riesgo de formar parte de los grupos que más violencia sufren entre quienes mayor descontento muestran con su autoimagen.

 

PALABRAS CLAVE: Violencia escolar; acoso escolar; autoimagen; apariencia física

 

ABSTRACT

 

This investigation aims to study perceived violence and suffered violence levels in school settings, to analyze satisfaction with body self-image and to explore the relationship among these variables. It is a descriptive study whose sample is made up of 284 secondary students from the Region of Murcia aged 12 to 17. BODY SHAPE self-perceived questionnaire by Stunkard, Sorensen and Schulsinger (1983) and CUVECO questionnaire by Fernández-Baenal et al. (2011) were administered to analyze body self-image and school violence respectively. With regard to their body image the results show that there is a high percentage of students who are dissatisfied, especially girls. Regarding school violence levels, students’ perceived violence is stable while suffered violence decreases progressively. Finally, if students are dissatisfied there is a higher chance of belonging to groups who suffered more violence.

 

KEY WORDS: School violence; bullying; self-image; physical appearance

 

 

INTRODUCCIÓN

 

El análisis de la influencia de la percepción de la propia imagen corporal sobre el desarrollo del bienestar subjetivo es un área de conocimiento de creciente interés para numerosos investigadores, especialmente en cuanto a la realización de investigaciones científicas durante los últimos años (Steel, Schmitz & Shultz, 2008; Vacek, Coyle & Vera, 2010). En este sentido, es importante aportar la definición desde la que puede ser entendida la imagen corporal, esto es, “la imagen que forma nuestra mente de nuestro propio cuerpo” (Schilder, 2000). Esta autoevaluación de las propias dimensiones corporales puede basarse en juicios cualitativos que conduzcan a la creación de una imagen cuyas dimensiones no se corresponden con las reales (Sepúlveda, Gandarilla & Carrobes, 2004); se trata de sujetos que sufren distorsiones en la autopercepción de su imagen corporal (McCabe & Ricciardelli, 2005). De este modo, si bien se trata de una percepción que parte del propio individuo, Rodríguez-Fernández, González-Fernández y Goñi-Grandmontagne (2013) afirman que está condicionada por la presión cultural de cada sociedad, distinguiendo tres factores como componentes de dicha presión: la influencia de los medios de comunicación, el contexto familiar y el círculo de amigos (Cash & Pruzinsky, 2004).

 

Los medios de comunicación tienden a transmitir un modelo de apariencia física asociado a un cuerpo atlético o a una delgadez (Grabe, Ward, & Hyde, 2008), que en ocasiones alcanza incluso la consideración de poco saludable (Montero, Morales & Carbajal, 2004). En cualquier caso, se trata de campañas que pueden provocar frustración con el peso, insatisfacción corporal, miedo a no pertenecer al estándar social (Vaquero-Cristóbal, Alacid, Muyor & López-Miñarro, 2013), al comparar la propia figura con dichos modelos a los que se les atribuye felicidad, éxito, atractivo y popularidad (Botta, 2003). Por su parte, la familia, consciente o inconscientemente, traslada habitualmente a sus jóvenes integrantes una preocupación por la imagen que transmite al resto de la sociedad, haciendo hincapié también en la imagen corporal (Raich, 2000) y, de forma más concreta, en la preocupación por no desarrollar figuras de obesidad (Ramos, Pérez de Eulate, Liberal & Latorre, 2003). En tercer lugar, el círculo de amigos, en calidad de agente social que ejerce cada vez una influencia mayor durante el paso de la juventud hacia la adolescencia (Grazia, 2010), resulta determinante en este proceso de formación de la imagen que crea nuestra mente de nuestro propio cuerpo (Neumark-Sztainer et al., 2010), a partir de la comparación entre iguales, que conduce a una mejor valoración dentro del grupo o, por el contrario, a la dificultad para ser aceptado en el grupo, dicho de otro modo, a la marginación social entre iguales (De la Torre, García, Villa & Casanova, 2008).

 

Atendiendo al sexo de los jóvenes, la investigación desarrollada por López, Findling y Abramzón (2006) alcanzó resultados en los que los chicos reflejaron una mejor autopercepción frente a las chicas, con la gran influencia del entorno para la fijación del autoconcepto (Gómez-Mármol, Sánchez-Alcaraz & Mahedero, 2013). La influencia sobre las autopercepciones de esta presión social a la que aluden Rodríguez-Fernández et al. (2013) confirma que las mujeres jóvenes se preocupan más por perder peso y los hombres jóvenes por perder peso y ganar masa muscular, en consonancia con los resultados de McCabe y Ricciardelli (2005) y Sánchez-Alcaraz y Gómez-Mármol (2014). Este grupo de población joven motivado por perder peso lo constituyen chicos con sobrepeso y chicas que, o bien tienen sobrepeso o bien se perciben con sobrepeso (Ingledew & Sullivan, 2002), hecho que vuelve a poner de manifiesto las diferencias de género en el ámbito de la autopercepción de apariencia. Se pueden aportar cifras que apoyen esta realidad al remitirnos a la investigación llevada a cabo por Montero et al. (2004): el 52,3% de los hombres y el 38,7% de las mujeres eligen modelos que corresponden a sus Índices de Masa Corporal (IMC) reales, es decir, los hombres se autoperciben más correctamente que las mujeres (menor distorsión). El 29,2% de los varones se ven con menor adiposidad de la que tienen y el 18,5% con mayor grado de adiposidad. El 8,6% de las jóvenes se perciben con menor adiposidad de la que poseen y el 41,1% se conciben con mayor adiposidad.

 

Se observa que desajustes en la auto-percepción de la imagen corporal, además de los problemas a nivel de la salud física, como trastornos alimenticios asociados (Boschi et al., 2003) y a nivel psicológico, como depresiones (Blaine, 2008) e intentos de suicidio (De la Torre, Cubillas Rodríguez, Román Pérez & Valdez, 2009; García-Baamonde, Blázquez-Alonso & Pozueco-Romero, 2014), también afectan a nivel social, por ejemplo, en la incidencia de sucesos de violencia escolar (Donnellan, Trzesniewski, Robins, Moffitt & Caspi, 2005; Unikel & Gómez-Peresmitré, 2004). En esta línea, García y Madraza (2005) y Tejero, Balsalobre e Ibáñez (2009) defienden que alteraciones en la conducta (como por ejemplo las que podrían derivarse de una deficiente satisfacción con la propia imagen corporal), que suponen las consecuentes dificultades para la integración con los iguales a las que se hace mención anteriormente, pueden desembocar en la realización de actos violentos en la escuela como búsqueda del reconocimiento social.

 

La violencia escolar es considerada, igualmente, otra área de conocimiento que despierta el interés de la comunidad científica (Gázquez, Pérez-Fuentes, Lucas & Fernández, 2009), reflejo del incremento de sucesos de acoso escolar que recogen diferentes investigaciones sociológicas (González-Pérez, 2007; Sánchez-Alcaraz, Gómez-Mármol, Valero, De la Cruz & Díaz-Suárez, 2014; Tórrego, 2006) siendo consecuentemente, tal y como advierten García y Madraza (2005) y Tejero, Ibáñez y Pérez (2008), un problema sobre el que todavía no se ha alcanzado una solución. Este fenómeno resulta aún más preocupante si se atiende a datos acerca de su prevalencia; el Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo señala que un 49 % de los escolares reconoce haber sido insultado o criticado en el colegio mientras que un 13 % confiesa haber agredido a sus compañeros (Ruiz et al., 2006) o, estudios realizados en Latinoamérica, que registran que entre un 13 y un 16 % de los estudiantes afirman llevar armas al colegio (Viscardi, 2003), un 71 % reconoce haber sido agredido verbalmente alguna vez en la escuela y hasta un 36 % señala haber recibido o proporcionado varias peleas en horario lectivo (UNESCO, 2001).

 

Sin embargo, tal y como señalan Rodríguez-Fernández et al. (2013) y Shiraishi et al. (2014), en la actualidad las publicaciones que tratan de relacionar la influencia de los desórdenes en la imagen corporal con la violencia sufrida y/o observada son aún insuficientes. En esta línea, Gómez-Mármol et al. (2013) resaltan que una autopercepción negativa puede funcionar como un factor de riesgo de numerosas problemáticas en la niñez. De hecho, se vincula a una mayor predisposición a la ansiedad e inadaptación (Acevedo & Carrillo, 2010) al tiempo que es capaz de predecir la agresividad, el comportamiento antisocial y la delincuencia en niños y adolescentes (Donnellan et al., 2005). Por su parte, Reckdenwald, Mancini y Beauregard (2014) afirmaron que una buena autopercepción de la imagen está relacionada con el desarrollo de sentimientos de seguridad y confianza en uno mismo, los cuales, según Valdés y Martínez (2014), son factores que ayudan a que los jóvenes no perciban la violencia como un modo de integración y consecución de estatus dentro de su contexto social. De este modo, con ánimo de contribuir frente a esta laguna en el conocimiento científico (Levandoski & Cardoso, 2013), esta investigación tiene tres objetivos, en primer lugar, conocer la prevalencia de sujetos con insatisfacción con su apariencia física, en segundo lugar, conocer la evolución de la violencia escolar desde la perspectiva de adolescentes y, en tercer lugar, analizar la posible relación que pueda existir entre dicha insatisfacción y la evolución de la violencia escolar.

 

Como hipótesis de partida, con respecto al primero de los objetivos planteados, se asumen diferencias de género en cuanto a la percepción de la propia imagen corporal, encontrando menos sujetos insatisfechos entre los chicos frente a las chicas, apoyada en las conclusiones de Ramos, Rivera y Moreno (2010). Igualmente, en relación al conocimiento de la evolución de la violencia en el contexto escolar, se hipotetiza sobre el incremento de la violencia escolar a medida que avanza la adolescencia, en consonancia con los resultados de Ros (2011) y, por último, en lo que concierne a la relación entre imagen corporal y violencia escolar, se plantea como hipótesis que los sujetos con mayor volumen corporal así como aquellos que sufren distorsión de su autopercepción de apariencia física se verán implicados con mayor frecuencia en episodios de violencia escolar, tal y como afirman Levandoski y Cardoso (2013).

 

MATERIAL Y MÉTODOS

 

Se ha utilizado una metodología de tipo cuantitativo que responde a un estudio no experimental de carácter transversal donde se combinan los estudios de tipo des­criptivo y los de relación, lo que nos ha permitido obte­ner la información que pretendíamos de los sujetos de la muestra.

 

Participantes

 

La muestra participante estuvo compuesta por un total de 284 escolares (155 chicos y 129 chicas) de la Región de Murcia con edades comprendidas entre los 12 y los 17 años de edad (M: 14,51; SD: 1,29). La constitución de la muestra se realizó mediante un proceso de muestreo no probabilístico de tipo accidental o casual (Thomas & Nelson, 2007).

 

Instrumentos

 

Violencia escolar. Para la medición de la violencia escolar se utilizó el Cuestionario de Violencia Escolar Cotidiana (CUVECO), validado por Fernández-Baenal et al. (2011). Se trata de un cuestionario formado por 14 ítems que están precedidos de la sentencia introductoria: “Contesta si en este curso, en tu aula ha ocurrido lo siguiente”. Está compuesto de dos factores, la violencia sufrida con 8 ítems (e.g. “me han dado puñetazos o patadas”) y una consistencia interna de α = 0,76 y la violencia percibida con 6 ítems (e.g. “los estudiantes se meten en peleas”) y una consistencia interna de α = 0,82. Tiene un formato de respuesta en una escala tipo Likert de 1 a 5, donde 1 representa nunca y 5 siempre.

 

Autopercepción de la imagen corporal. Para el estudio de la autopercepción de la imagen corporal se ha utilizado el cuestionario BODY SHAPE (self-perceived) diseñado por Stunkard, Sorensen y Schulsinger (1983), en su versión traducida al castellano por Tomás (1998), que cuenta con 9 figuras masculinas y femeninas ordenadas de menor a mayor Índice de Masa Corporal (valores desconocidos para los encuestados), debiendo señalar en primer lugar aquella figura con la que más se siente identificado (imagen percibida) y en segundo lugar aquella deseable en la medida en la que representa el ideal al que le gustaría parecerse (imagen deseada).

 

Procedimiento

 

La administración del cuestionario tuvo lugar en el centro educativo, durante el horario lectivo, contando con la colaboración del profesor del aula y la presencia del equipo investigador, asegurando la idoneidad de las condiciones en las que éste era rellenado y recordando el anonimato y la importancia de no dejar ningún apartado sin respuesta. El tiempo necesario para el rellenado fue de aproximadamente unos 10 minutos. No se registraron dificultades en la comprensión de los ítems.

 

Análisis estadístico

 

El tratamiento estadístico de los datos se realizó mediante el paquete SPSS 21.0. Se realizaron pruebas para conocer la distribución paramétrica o no paramétrica de las variables tipo escala (Kolmogorov-Smirnov con las variables de edad, satisfacción y niveles de violencia) y categóricas (χ2 con la variable sexo), pruebas de asociación (U de Mann Whitney entre el sexo y el nivel de satisfacción con la propia imagen corporal para contrastar la primera hipótesis planteada), pruebas de correlación (Coeficiente de correlación r de Pearson entre la edad y los niveles de violencia para contrastar la segunda hipótesis planteada), y de regresión (regresión logística multinomial entre dicha satisfacción y los niveles de violencia percibida y sufrida así como regresión lineal simple para conocer la capacidad de la elección de una u otra figura a la que creer parecerse según el cuestionario de Stunkard et al (1983) para predecir la satisfacción con la autoimagen y los niveles de violencia, sufrida y observada).

 

RESULTADOS

 

El análisis de los estadísticos descriptivos de la relación entre la figura a la que los encuestados señalan parecerse y aquella a la que les gustaría parecerse (nivel de satisfacción con la propia imagen corporal) se recoge en la Tabla 1, donde se puede observar la prevalencia de estos sujetos entre los chicos, entre las chicas y entre el total de la muestra participante:

 

Tabla 1. Prevalencia de la insatisfacción con la autopercepción de la imagen corporal según el sexo.

 

Chicos

Chicas

Total

(N)

(%)

(N)

(%)

(N)

(%)

Satisfechos1

44

28,4

25

19,4

69

24,3

Poco insatisfechos2

87

56,1

87

67,4

174

61,3

Muy insatisfechos3

24

15,5

17

13,2

41

14,4

1 Participantes cuya figura a la que se parecen y a la que se quieren parecer es la misma.

2 Participantes cuya diferencia entre la figura a la que se parecen y a la que se quieren parecer es de una figura.

3 Participantes cuya diferencia entre la figura a la que se parecen y a la que se quieren parecer es de, al menos, dos figuras.

 

Esta tabla muestra un alto descontento con la propia imagen corporal, puesto que más de un 75% de la muestra no se encuentra satisfecho con su autopercepción, siendo aún mayor este valor (superior al 80 %) entre las chicas que entre los chicos, si bien estas diferencias entre sexos no alcanzan la significatividad estadística según la prueba U de Mann Whitney.

 

En cuanto a la evolución de la violencia escolar a lo largo de la adolescencia, la Figura 1 muestra las fluctuaciones al respecto en la misma, tanto para la violencia sufrida como para la violencia percibida:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Figura 1. Evolución de la violencia sufrida y de la violencia percibida por edades.

 

Se puede observar que, mientras que la violencia percibida se mantiene estable conforme avanza la edad de los participantes, la violencia sufrida, por su parte, muestra una tendencia a la disminución, tal y como se constata con los resultados de la prueba Coeficiente de Correlación de Pearson (p < 0,001; r = -0,249). No obstante, resulta destacable el incremento que se produce a los 17 años de edad, si bien se trata de un resultado que se debe interpretar con cautela dado el reducido número de escolares que forman parte de este grupo (sólo 5) y que, además, estos valores de violencia sufrida pueden verse alterados por su condición de alumnos repetidores de curso.

 

Asimismo, en lo concerniente a la relación existente entre el autoconcepto de la imagen corporal en adolescentes y la violencia escolar, la regresión logística multinomial aporta los siguientes resultados (Tabla 2):

 

Tabla 2. Relación entre la violencia escolar (sufrida y percibida) y la satisfacción con la imagen corporal.

Violencia escolar

Satisfacción con la imagen corporal

Satisfechos3

Violencia sufrida1

Violencia

3,56 (1,42-8,86)**

Nada o poca violencia

4,34 (1,83-10,32)**

Violencia percibida2

Violencia

0,78 (0,39-1,54)

Nada o poca violencia

1,06 (0,54-2,09)

1Grupo de referencia: Mucha violencia sufrida.

2Grupo de referencia: Mucha violencia percibida.

3Grupo de referencia: Insatisfechos.

**p < 0,1

 

Se observa la mayor probabilidad de los sujetos clasificados como satisfechos con su propia apariencia de formar parte de los grupos que sufren menos violencia o, dicho de otro modo, los escolares que sufren más violencia son, a su vez, los que tienen un peor autoconcepto de su imagen corporal. Además, estos niveles de insatisfacción pueden ser predichos por la figura a la que los participantes señalan parecerse, encontrando mediante la regresión lineal simple que la capacidad de predicción de esta variable es de hasta un 82,7 % para la insatisfacción (F = 601,01; p = 0,000), un 43 % para la violencia sufrida (F = 64,02; p = 0,000) y un 19,4 % para la violencia percibida (F = 11,06; p = 0,001). Así, se constata que aquellos participantes que señalan ser más obesos, son también los que más violencia sufren y los que más violencia perciben en su entorno.

 

DISCUSIÓN

 

La adolescencia es considerada una etapa de formación del carácter (Vacek et al., 2010), de la personalidad (Steel et al., 2008) y de asentamiento de las bases de la percepción de la propia imagen corporal (Cash & Pruzinsky, 2004). Esta fijación del autoconcepto de apariencia física está modulada, entre otros factores, por la presión social, a través de la imposición de una imagen ideal asociada al cuerpo esbelto en las chicas y atlético en los chicos (Rodríguez-Fernández et al., 2013). Las consecuencias de estos modelos son más evidentes entre las chicas (Castillo-Mayén & Montes-Berges, 2014; Gómez-Mármol et al., 2013), en relación a la mayor prevalencia de éstas frente a los chicos que afirman sentirse insatisfechas con su imagen corporal, tal y como se refleja en los resultados de esta investigación que, a su vez, coinciden con los de Grabe et al. (2008) y Ramos et al. (2010). En este sentido, se cumple la hipótesis de partida planteada en la introducción. Esta mayor presión puede deberse a la asociación que se realiza, especialmente entre el sexo femenino, entre delgadez y belleza (Tanaka, Itoh & Hattori, 2002); de hecho, existen estudios que constatan que los trastornos de la conducta alimentaria, cuya aparición es común junto a la distorsión y/o insatisfacción con la imagen corporal (Boschi et al., 2003), es igualmente mucho más frecuente entre las mujeres que entre los hombres (Anaya, 2004), especialmente durante la adolescencia (Ramos et al., 2003).

 

Por otro lado, con respecto a la violencia en el contexto escolar, se han recogido valores elevados de violencia percibida y violencia sufrida entre adolescentes. En este sentido, cabe destacar que los participantes en la investigación se encuentran en un período de sus vidas en el que, en caso de padecer problemas de victimización escolar, a lo largo de los años, aumentan las probabilidades de tornarse agresores envueltos en la criminalidad según afirman las conclusiones alcanzadas por Freire, Veiga y Ferreira (2006) o incluso formar parte de grupos caracterizados por actos vandálicos de violencia extrema (Martín, Scandroglio, Martínez & López, 2015). Asimismo, otras investigaciones ya han constatado los mayores niveles de violencia escolar entre alumnos de educación secundaria frente a alumnos de educación primaria (Aguilar, Sroufe, Egeland & Carlson, 2000; Sánchez-Alcaraz, Díaz & Valero, 2014), si bien su evolución dentro de la propia adolescencia, según Ros (2011), es un campo que debe ser estudiado en mayor profundidad.

 

A tal efecto, esta investigación ha observado una estabilidad en los niveles de violencia percibida y una tendencia a la disminución de la violencia sufrida en contraste con los resultados de Ros (2011) en los que se fundamentaba la hipótesis de partida por la cual se esperaba un incremento de la violencia a medida que los participantes abandonan la adolescencia hacia la adultez. La estabilidad de los niveles de violencia percibida son reflejo de que, en los centros educativos sobre los que se ha realizado la investigación, los episodios de violencia adquieren una regularidad en su incidencia, independientemente del curso en el que se encuentren los estudiantes (Gázquez et al., 2009) mientras que la progresiva disminución de la violencia sufrida (dada la estabilidad de la violencia percibida), puede ser interpretada en dos sentidos; en primer lugar, como la reorientación de las conductas violentas hacia otras que no implican un sujeto acosado (como podría ser el maltrato al material e instalaciones) o, en segundo lugar, la mayor dificultad por parte de los adolescentes de mayor edad para reconocer que están siendo víctimas de la violencia escolar.

 

Con respecto al cambio del tipo de conducta violenta que se produce conforme aumenta la edad, Sánchez-Alcaraz et al. (2014), mediante metodología observacional directa constataron que en sujetos de 11 y 12 años de edad las conductas disruptivas más habituales eran las agresiones de tipo verbal (insultos), manteniéndose estable o incluso incrementándose la frecuencia con la que se producían estos comportamientos entre adolescentes de 15 y 16 años. No obstante, en este grupo de mayor edad, los insultos eran tan habituales que habían perdido su carácter hiriente y eran directamente utilizados como el modo en el que referirse al compañero. Además, las conductas disruptivas más habituales en este segundo grupo eran las faltas de respeto al profesor (interrupciones y desobediencia). En cuanto a la segunda posible explicación de los cambios que se producen en la violencia percibida y en la violencia sufrida durante la adolescencia, Espelage y Swearer (2010) refieren que las conductas violentas suelen acometerlas los sujetos de mayor poderío físico, esto es, los de mayor maduración fisiológica, sobre sus compañeros menos desarrollados. De este modo, los escolares de mayor edad que no hubieran alcanzado un desarrollo corporal propio de su edad, además de la insatisfacción con la autoimagen que puede asociarse a este hecho (Goméz-Mármol, et al., 2013), podrían tener mayores dificultades para reconocer que son víctimas de acoso escolar (Espelage & Swearer, 2010).

 

Por último, en lo concerniente a esta relación entre las variables anteriores, esto es, autopercepción de imagen corporal y violencia escolar, esta investigación ha constatado que aquellos participantes que se encuentran insatisfechos con su imagen corporal tienden a formar parte de los grupos que sufren mayor violencia en la escuela, tal y como afirman De la Torre et al. (2008) y Needham y Crosnoe (2005). Análogamente, este fenómeno se produce también con los sujetos que se perciben como más obesos, en consonancia con las conclusiones de Donnellan et al. (2005), lo cual podría ser entendido, sin obviar la importancia en este proceso de la distorsión de la autoimagen (Gómez-Mármol et al., 2013), como que los adolescentes más obesos tienden a ser víctimas del acoso escolar. Estos resultados confirman la hipótesis de partida que defendía el establecimiento de dicha relación, tal y como habían encontrado previamente Levandoski y Cardoso (2013).

 

Levandoski y Cardoso (2013) defienden que los adolescentes más obesos son los que suelen participar en menor medida en actividades físicas escolares, que pueden ser un buen ámbito para el fomento de las relaciones sociales positivas (Gómez-Mármol, De la Cruz & Valero, 2014) o, que de hacerlo, suelen mostrar un menor grado de competencia, hechos que, según estos autores pueden contribuir a formar parte de los grupos de “menos poder” en la jerarquía de las relaciones entre compañeros y, consecuentemente, a padecer violencia en este contexto. En este sentido, a partir de los resultados de este estudio se observa que los escolares cuya imagen corporal se aleja de los cánones que impone la cultura de cada sociedad (Rodríguez-Fernández et al., 2013) suelen sufrir rechazo entre sus compañeros (Shiraishi et al., 2014), especialmente en su etapa de formación del carácter (Vacek et al., 2010), lo cual otorga, si cabe, aún más gravedad a este problema social.

 

CONCLUSIONES

 

Este artículo pretende conocer la prevalencia de sujetos insatisfechos con su autoconcepto corporal, asumiendo como hipótesis que el grado de descontento sería mayor entre las chicas que entre los chicos. Los resultados muestran que, para ambos sexos, el porcentaje de adolescentes insatisfechos es alto si bien, aún es más notable entre las chicas, cumpliéndose de este modo la hipótesis de partida. Asimismo, la investigación tiene como segundo objetivo el estudio de la evolución de la violencia escolar entre adolescentes, habiendo encontrado que, mientras que la violencia percibida se mantiene estable, la violencia sufrida tiende a la disminución, refutando la hipótesis de un incremento de los niveles de violencia conforme aumenta la edad, apoyada en los resultados de Ros (2011).

 

Además, este artículo analiza la influencia que existe entre las variables de autopercepción de la imagen corporal y de la violencia escolar, cumpliéndose la hipótesis de que los sujetos insatisfechos refieren haber participado en más episodios en los que sufrían violencia, si bien esta relación no se cumple para la violencia percibida. Por último, cabe destacar que los sujetos que se perciben como más obesos son, a su vez, los más insatisfechos con su imagen corporal y los que mayores niveles obtienen en las escalas de violencia escolar percibida y sufrida.

 

Así, a partir de los resultados alcanzados en el presente artículo, se propone como aplicaciones prácticas que, en contextos escolares, se considere que un bajo autoconcepto con la propia imagen corporal puede estar detrás de episodios de violencia, en otras palabras, que es capaz de actuar como mediador de este tipo de comportamientos. De este modo, el diseño de programas de intervención sobre la violencia escolar debe considerar a los sujetos que se encuentran insatisfechos con su imagen corporal como un colectivo especial sobre los que incidir (Sánchez-Alcaraz, López-Jaime, Valero-Valenzuela & Gómez-Mármol, 2017).

 

En función de todo lo anterior, se sugiere la realización de nuevos estudios que, cubriendo la principal limitación de esta investigación en cuanto al tamaño muestral (y la influencia de los pocos participantes con una edad de 17 años para la interpretación de los resultados alcanzados), analicen también el rol que la distorsión de la imagen corporal (entendida como la diferencia entre la imagen percibida y la imagen real) tiene en el proceso de fijación de este autoconcepto y, a su vez, su relación con la violencia escolar. Además, la realización de entrevistas puede cubrir algunas de las limitaciones que la propia herramienta del cuestionario es incapaz de solventar (Choi & Pak, 2005).

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

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Rev.int.med.cienc.act.fís.deporte - vol. 17 - número 68 - ISSN: 1577-0354