DOI: http://dx.doi.org/10.15366/rimcafd2018.70.007
ORIGINAL
LA ACTIVIDAD FÍSICO-DEPORTIVA FRANQUISTA COMO
INTENTO SOCIALIZADOR DE LA JUVENTUD Y LA MUJER
PHYSICAL-SPORT
ACTIVITY AS AN ATTEMPT TO SOCIALIZE YOUTH AND WOMEN DURING THE FRANCO REGIME
Manrique
Arribas, J.C.
Profesor Titular. Universidad de
Valladolid (España) manrique@mpc.uva.es
Código UNESCO / UNESCO code: 5599 Otras
Especialidades: Historia (Historia de la actividad física y el deporte) / Others: History (History of sport and phsyical activity)
Clasificación Consejo de Europa /
Council of Europe classification: 7. Historia del deporte / History of sport
Recibido 21 de marzo de 2016 Received March 21,
2016
Aceptado 17 de mayo de 2016 Accepted May 17, 2016
RESUMEN
En este trabajo se
analiza si los diferentes gobiernos que se fueron sucediendo durante las dos
primeras décadas del franquismo (1939-1959) utilizaron la actividad
físico-deportiva, especialmente entre la juventud y la mujer, para transmitir
mejor los mensajes del modelo de sociedad que proponían y conseguir así un
mayor número de afines al nacionalsindicalismo. Mediante la revisión documental
de fuentes primarias y secundarias se puede concluir que la actividad
físico-deportiva no influyó mayoritariamente en las actitudes de sus practicantes,
aunque sí que condicionó las posibilidades de practicarlo. El adoctrinamiento y
el encuadramiento a través de esta actividad tuvo un escaso éxito, fueron pocos
los que acogieron la ideología nacionalsindicalista por practicar actividad
física.
PALABRAS CLAVE: Deporte, franquismo,
ideología, doctrina política, control social, Frente de Juventudes, Sección
Femenina.
ABSTRACT
This paper studies how
successive Governments over the first two decades of Francoism (1939-1959) made
use of sport and physical activity, especially among youth and women, to best
convey the messages of the model of society
they sought to achieve and so to increase the number of adherents to the
National-Syndicalist system. After detailed analysis of primary and secondary
sources, it can be concluded that sport and physical activity did not influence
attitudes in most sports people, instead it limited
the chances of practising sport. Indoctrination and recruiting through physical
activity had a slim success: few were those who embraced the
National-Syndicalist ideology by engaging in physical activity.
KEY WORDS: Sport, Francoism,
ideology, political doctrine, social control, “Youth Front”, “Female Section”.
INTRODUCCIÓN
El poder, en su ámbito más
cercano a lo social, suele ser definido como la posibilidad de canalizar las
actitudes y conductas de los ciudadanos para “expresar o realizar algunos
valores mediante la organización, el uso, la modificación y el control de los
materiales físicos y humanos” (Nieburg, 1969, 10).
Por tanto, la asunción de la autoridad y el grado en la que se ejerce influirá
en el comportamiento de los subordinados. Para hacer efectivo el ejercicio de
poder se necesita, inicialmente, de una legitimidad jurídica avalada por el
mando político, al que se le van sumando, según las épocas y los contextos
nacionales, otros recursos coercitivos como los militares, los religiosos o los
económicos (Weber, 1987). Una vez conseguido este aval legal, tanto si es
elegido como impuesto, el mando adquiere su impronta en la medida que es capaz
de influir en el comportamiento de los otros en base a sus propias intenciones
Tras el final de la
guerra civil española (1936-1939), el general victorioso Franco se embarcó en una
empresa de gran calado: desmantelar el sistema político republicano previo al
conflicto bélico (1931-1939) para promover una concentración de poder en él
mismo y ejercerlo de una manera particular. Su manera de ejecutarlo se basaba
en controlar a toda la población desde una fuerte centralización administrativa
y territorial (Ley de 5 abril de 1938). Una dictadura, la franquista, que
surgió del resultado de una idea profundamente reaccionaria y tradicional de
España, en contradicción con los valores proclamados por la Segunda República.
La asonada se vio apoyada fundamentalmente por la extrema derecha, un sector
del Ejército y por los representantes de la Iglesia católica, que percibían que
se desmoronaba el viejo orden social (González, 2000; Rodríguez, 1997).
Precisamente una de las
grandes preocupaciones del Estado franquista fue alcanzar el orden nacional y
acomodar a sus miembros para evitar el conflicto social. Así se activaron
instituciones formales que velaban por el cumplimiento de la ley y las normas,
a través de la actuación de los cuerpos y fuerzas de seguridad. Pero quizás
fueron las informales, tales como la educación, el arte, las costumbres, la
música, las ceremonias, la influencia de las personalidades dominantes o el
deporte las que más aportaron a la hora de conseguir el autocontrol de los
individuos y, consecuentemente, la autorregulación social (Oliver, 2005; Sumner, 2003). Se buscaba la homogeneidad desde diferentes
ámbitos: el político, para imponer y consolidar el régimen; el social, sobre
todo para controlar a los disconformes y encuadrar a los demás; y el cultural,
que buscaba la uniformidad ideológica y religiosa. Para alcanzar esta
uniformidad se utilizaron unos medios e instituciones como fueron el partido
único, la propaganda, la movilización política para difundir sus programas y
consolidar su ideología, la intervención en la política social y económica y el
fomento del imperialismo (Molinero e Ysás, 1998;
Moreno y Sevillano, 2000).
Como hemos comentado,
entre los recursos formales e informales que utilizó el Estado para transmitir
el modelo de comportamiento social se encontraba la actividad físico-deportiva.
Entendido ésta como entidad propia, tiende a reproducir el sistema económico,
social y político, por lo que se desarrolla con el fin de “disciplinar a sus
practicantes” (Cagigal, 1975, p. 21) y así generar
“cohesión social y solidaridad” (Duning, 1992, p.
257). Por tanto, la actividad física y deportiva se constituyó en una práctica
institucionalizada, en la que se reprodujeron los valores de la sociedad.
Funcionó como una “superestructura ideológica positiva” (Brohm,
1982, 97), que no llegó a cuestionar el orden establecido y que generó un modo
de comportamiento y un modelo social prestigioso. De este modo, se convirtió en
una actividad socialmente muy apreciada que se instauró en la vida del pueblo y
que los poderes públicos la usaron en su beneficio (Cazorla, 1979), utilizando
los diferentes ámbitos de actuación que se tenían al alcance como el educativo,
el competitivo o el recreativo (Cagigal, 1975;
Chueca, 1983).
Desde el comienzo del
franquismo, la actividad físico-deportiva, incluida dentro de un concepto de
cultura física que trataba de educar a la población y mejorar así la raza, se
utilizó para atraer especialmente a la juventud y transmitir las excelencias
del “Nuevo Estado” Nacionalsindicalista (López, 2012). Las instituciones
encargadas de este cometido pertenecían en su mayoría a la Falange Española
Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacionalsindicalista (FET y de las
JONS), y posteriormente a la Secretaría General del Movimiento (SGM), que era
la encargada de adoctrinar ideológicamente a la población. Así se creó la
Delegación Nacional de Deportes (DND), Decreto de 22 de febrero de 1941, que
supuso un intento global de abarcar y controlar toda la actividad
físico-deportiva española. A la labor desarrollada por esta institución se
sumaron los esfuerzos de otras secciones del Partido como la Sección Femenina
(SF), el Frente de Juventudes (FJ), el Sindicato Español Universitario (SEU) y
la Obra Sindical de Educación y Descanso (OSED). Todas ellas promocionaban una
actividad deportiva orientada a cumplir con el objetivo fascista de
regeneración de la raza y de preparar a los ciudadanos, bajo la obligada separación
de sexos, para que defendieran mejor a la patria y recuperar así el pasado
imperial (punto 3 del programa de Falange, octubre, 1934).
La juventud, la mujer,
los estudiantes y los jóvenes trabajadores se convirtieron en el objetivo
principal de los administradores de la actividad físico-deportiva. Mediante la
práctica de la actividad deportiva se trató de ajustar los comportamientos de
los usuarios al modelo de sociedad impuesto.
Por tanto, el objetivo principal de este artículo es comprobar si el uso
ideológico y el control de la actividad físico-deportiva que hizo el
franquismo, durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta, condicionó
las actitudes de sus practicantes en función de la posición que cada uno debía
ocupar en aquella sociedad, especialmente entre los jóvenes y las mujeres;
además de evidenciar si los organismos rectores del deporte consiguieron los
objetivos de adoctrinamiento y encuadramiento que les encargó el Estado.
1. El contexto jurídico franquista como marco de referencia del
deporte
La base programática de
Falange se convirtió inicialmente en el sustento ideológico de los seguidores
de la revuelta militar. Una vez ganada la guerra, se fueron dictando una serie
de leyes que ofrecían el aval jurídico al Nuevo
Estado. Este ordenamiento legislativo se utilizó especialmente para marcar
los comportamientos ciudadanos adecuados dentro de un modelo de sociedad,
especialmente durante las dos primeras décadas, los años cuarenta y cincuenta,
consideradas las más franquistas del régimen (de Riquer,
2013). Fueron los años en los que los grupos que apoyaron al general durante la
guerra, los militares, los católicos y los falangistas, ejercieron mayor
presión para imponer sus bases y actitudes (Moreno, 1991). Sin embargo, aunque
podía haber diferencias entre ellos, todos corroboraron su interés por
conseguir un Estado fuerte y cohesionado. Asumieron sin reparos que a través de
la disciplina rigurosa en la educación se conseguiría un espíritu nacional
fuerte y unido, que haría sentirse a sus ciudadanos orgullosos de su Patria
(según el punto 23 de la base programática de la Falange). Dios, Patria y
Justicia, según reflejaba la Ley de Creación de las Cortes Españolas (1943)
fueron los tres principios inamovibles sobre los que se asentaba el Movimiento
Nacional, única agrupación política permitida y sobre la que Franco ejerció la
jefatura nacional. La religión católica, la defensa de la Patria mediante una
buena preparación física, la asunción del modelo de sociedad basado en la
adaptación al orden establecido y la igualdad en la aplicación de las leyes
para todos configuraron el perfil moral, filosófico y jurídico que había de
cumplir el conjunto de la sociedad.
La actividad
físico-deportiva fue considerada una parte fundamental dentro del proceso
educativo. Se consideró que con ella se promovía la disciplina social, además
de que se podía integrar a grandes masas de población dentro del aparato
estatal. De este modo se justificaba, por ejemplo, la intervención del Estado
en el deporte en un artículo aparecido en el periódico El Alcázar (23 de noviembre de 1941): “El deporte es practicado por
masas […]. Es por ello que el Estado lo fomenta por doquier y quiera intervenir
en su favor”. En el reparto de responsabilidades organizativas con respecto a
la actividad físico-deportiva, durante esta época los militares asumieron la
dirección de la Delegación Nacional de Deportes (DND), mientras que los
falangistas se responsabilizaron del Frente de Juventudes (FJ) y de la Sección
Femenina (SF). Mediante el control de estas actividades los grupos dirigentes
se garantizaban su hegemonía como agentes socializadores. De manera sutil, en
las sucesivas leyes que se promulgaron durante este período histórico, se
dieron las claves que definieron el papel que cada ciudadano debía desempeñar
en la sociedad. Aunque no directamente, éstas también condicionaron la manera
de plantear la actividad físico-deportiva, y su vertiente educativa de la
Educación Física, así como la manera de practicarlo.
Ya en la primera Ley (Fuero
del Trabajo, 1938), se indicaba que la familia era considerada célula primaria,
natural y fundamento de la sociedad. La familia era el lugar ideal que le
correspondía ocupar a la mujer realizando las labores de atención al marido,
cuidado y educación de los hijos y, consecuentemente, evitar el trabajo fuera
del hogar, salvo en casos de extrema necesidad; como así lo indicaba la
Delegada Nacional de la SF (Primo de Rivera, 1942). Consecuentemente, la
actividad física y el deporte para la mujer casada se convertían en unas
actividades marginales en su quehacer diario. Sólo se contemplaban como
adecuada para las niñas y jóvenes como fortalecimiento de su cuerpo para
cumplir con sus posteriores deberes en el matrimonio. Posteriormente, en la Ley
Constitutiva de las Cortes y el Consejo Nacional (1942), se proclamó como base
doctrinal del Régimen los “26 puntos” de la Falange Española. En concreto, en
los puntos XXIII y XXV se detallaba el modelo de educación que recibiría la
población española. Por influencia de los militares, los hombres recibían una
educación premilitar en cualquier ámbito educativo, para así defender mejor a
la Patria. Más adelante también se entendió que mediante los éxitos deportivos
internacionales se podía poner a la nación en lo más alto. Por otro lado, se
incorporaba el sentido católico, así que de este modo la Iglesia se aseguraba
sus privilegios perdidos durante la República, cediendo el Estado la Educación
a sus dirigentes para así transmitir la moral más tradicional y conservadora de
su credo. El clero católico se convirtió en un activo defensor de la moralidad
pública, que condicionó tanto el tipo de actividad físico-deportiva,
considerada con un “fondo espiritual” (Inchausti y
Gutiérrez, 1955, p. 12), como la manera de practicarlo, en aras a cumplir con
la decencia formal. Pero quizás fue la proclamación del Fuero de los Españoles
(1945) la Ley que se convirtió en una auténtica declaración de derechos y
deberes del pueblo español. En este Fuero se ratificaba el orden social, la obediencia
a las jerarquías y la lealtad al Jefe del Estado. La diferencia de cometidos de
los ciudadanos según el sexo, la disciplina, la subordinación al mando y el
espíritu tradicional católico fueron las señas de identidad de la sociedad de
este primer periodo franquista.
2. La gestión y organización de la actividad físico-deportiva
para el control de la sociedad franquista
El estudio de la
actividad físico-deportiva se convierte en un hecho de gran trascendencia sobre
todo cuando se trata de comprobar su grado de incidencia en la sociedad. Cuando
Estado y política se asocian para establecer unas pautas de comportamiento
claramente definidas, la actividad deportiva se convierte en un medio muy
aprovechado para transmitir el orden social. Según Diem (1966, 7), “[el
deporte] se ha convertido en una realidad que no podemos ignorar, con expresión
unitaria y con sus normas, palabras, espíritu, ventajas y defectos del mismo”.
Si entendemos por actividad físico-deportiva el conjunto de sus diferentes
categorías que lo integran, entonces podemos afirmar que ésta no sólo sirve
para moldear y potenciar a las personas desde una perspectiva íntima y personal
(Cazorla, 1979), también infunde valores y comportamientos que se reflejan en
la convivencia de una comunidad, por lo que puede servir como instrumento de
cohesión y de identificación social (Buggel, 1974).
Con estos
planteamientos nos preguntamos si el deporte puede gozar de autonomía
suficiente como para lograr mejor sus auténticos intereses. ¿Se puede realmente
aislar la actividad deportiva de la política? ¿El Estado puede sacar provecho
de moralizar, adoctrinar y movilizar a sus ciudadanos, independientemente del
sector social al que pertenezcan? Desde luego que es muy difícil desligar la
actividad físico-deportiva de las políticas que la rigen. Como ya indicaron los
sociólogos deportivos Elías y Dunning (1992), el
deporte, lejos de significar un pasatiempo inocuo e intrascendente, es una más
de las claves sociales que nos permiten comprender el origen y la evolución de
los tiempos modernos, así como también las relaciones sociales de la vida
cotidiana (Lagardera, 1995-1996).
Durante el franquismo,
también se establecieron vínculos entre el Estado y el deporte. La política
deportiva dependió exclusivamente de FET y de las JONS, que entendió
rápidamente el deporte como fenómeno social y como generador de un gran impacto
político. Para ello se puso en las manos del
sector más ideologizado la Delegación Nacional de Deportes que lo organizó,
coordinó y puso las bases de una estructura adecuada para conseguir unos fines
ideológicos. El deporte perdía así su característica esencialmente asociativa y
educativa para utilizarlo en su beneficio, como parte de la formación del
ciudadano y así marcar las pautas de comportamiento social y político de un
Estado autoritario (Bielsa y Vizuete, 2012). Ya en el Decreto de Creación de
esta Delegación (1941) se concretaba la relevancia que adquiría el deporte a la
hora de acomodar al ciudadano en un modelo de sociedad, lejos de la pluralidad
de ideas. Además, se aprovechó para mantener la hegemonía del grupo dirigente y
dominante que la controló durante todo este período histórico.
2.1
Competencias
y organización de la Delegación Nacional de Deportes
En el afán de Franco
por controlar todos los estamentos y organismos gubernamentales mediante
súbditos afines a él, la Delegación estuvo durante estas dos primeras décadas
presidida por un militar, héroe de la guerra, el general José Moscardó, que se rodeó también de falangistas y
funcionarios en ascenso (González-Aja, 2002); y por una persona muy vinculada
al Movimiento y a la juventud, como fue José Antonio Elola-Olaso
(Acuerdo de la DND, 1956), anteriormente Delegado Nacional del Frente de
Juventudes (FJ). Precisamente este dirigente estaba muy interesado en utilizar
el deporte como instrumento para conformar un modelo de sociedad. Planteaba la
práctica deportiva como una “necesidad pública” y un “instrumento educativo
completo, no sólo en el orden físico, sino también intelectual y moral,
integralmente humano” (Elola-Olaso, 1959, p.4)”.
Quizás planteaba un discurso menos cercano al militarista de Moscardó, pero insistía en el poder formador y socializador
que se transmitía a través de la educación física y el deporte. Por otro lado,
en esta línea monopolizadora, se incumplió la independencia que debía tener el
Comité Olímpico Español, al estar éste sujeto a las directrices de la propia
Delegación falangista.
Como se puede
desprender de lo dicho anteriormente, entre los objetivos principales que se
marcó la Delegación se incluía el establecimiento de un plan acorde a los
intereses de defensa de la Patria a través de un mejoramiento de la raza
mediante la práctica de ejercicio físico. Este objetivo refrenda el punto 23 de
la proclama falangista, en una clara simbiosis entre la dirección del deporte
nacional y los propósitos del Partido. Para ello debía distribuir
equitativamente las posibilidades de acceso a esta actividad. No era fácil el
posibilitar que toda la población accediera a la práctica físico-deportiva,
puesto que ni la población estaba preparada para asumir este reto después de
una guerra, ni las decisiones económicas autárquicas permitían aumentar las
inversiones en infraestructuras. A pesar de este grave problema dotacional,
nunca se perdió de vista que la utilización del deporte podía ser utilizado
como evasión de la realidad. Como indica el sociólogo deportivo Levet (1988, p. 208), “proyectando la imagen de un mundo
perfecto en el que reinan el orden y la armonía”.
La propia Delegación
estableció un plan de actuación que abarcaba todos los campos en los que el
deporte podía actuar en esos momentos. El primer ámbito de este plan fue el
deporte de competición. Las distintas federaciones estaban regidas por personas
nombradas directamente por el organismo estatal y éstas, a su vez, proponían
los nombres de los responsables en las delegaciones provinciales. Los
dirigentes de los clubes y asociaciones participantes, siguiendo el interés
controlador social y político del régimen, pasaban una depuración gubernativa
mediante la actuación de los gobiernos civiles, así como deportiva, a través de
la propia Delegación (Estatutos de las Sociedades Deportivas, 1943).
Otro campo de actuación
se centraba en el Departamento de los Deportes del Partido, también llamado
“Deportes del Movimiento”, que generaban sus propios campeonatos. Esta sección
de la Delegación fue la más ideologizada y la más vinculada con la Falange. Sus
dirigentes, en especial el que asumió el reto de la dirección de la misma en
1943, José María Gutiérrez del Castillo, siempre mantuvo la idea de que “el
deporte era utilizado en beneficio de la Patria”, para así “dejar el futuro de
España en manos de hombres de rostros curtidos y músculos acerados, con un
equilibrio interior tan firme como su cuerpo” (Gutiérrez-del Castillo, 1944, p.
3). Este estamento organizativo de los “Deportes del Movimiento” se quiso
consolidar como estandarte del deporte en la España franquista, en una clara
similitud con el que ya se había establecido con éxito en el fascismo italiano
con los jóvenes balillas
y en el nazismo alemán con las Hitlerjugend, aunque veremos más adelante las dificultades
con las que se encontró.
El tercer eslabón de la
organización de la Delegación lo ocupó el correspondiente a los deportes
vinculados con el ejército, otro de los apoyos logísticos en los que se
sustentaba el Estado franquista. Según indicaba de Vivar (1946, p. 2), “ante
las exigencias del combate, los ejércitos debían de cuidar el entrenamiento de
las tropas en las actividades físicas de la lucha”, como escuela de ciudadanía.
La preparación físico-deportiva entre los soldados, la mujer no tenía permitido
participar en los cuerpos de defensa del Estado, se convertía en un instrumento
formativo muy válido para conformar al modelo de hombre ideal. Pero quizás por
esta razón fue el departamento de menos actividad, debido a su limitado campo
de actuación inicial, centrado únicamente en los militares. La esgrima, la
equitación o el tiro fueron algunas de las disciplinas más específicas de sus
practicantes, especialmente entre los militares de alta graduación. Sin
embargo, la tropa no solía practicar estos deportes, reduciéndose su actividad
a la instrucción y a algunos minutos de gimnasia higiénica. Por otro lado, la
educación física y los planes de formación para la juventud afiliada sí que
incluyó la educación premilitar, ya que se pensaba que a través de su
aplicación se posibilitaba el mito del hombre perfecto: vigor físico, caballero,
austero, sacrificado y corporalmente fuerte, que tanto se ensalzaba en la
sociedad franquista (González-Aja, 2005, p.64), en contraposición al modelo de
mujer que veremos más adelante.
Comprobamos así que después
de 1939 el asociacionismo deportivo fue controlado por los órganos de poder del
Partido, bajo su orden jurídico. Por tanto, “toda la organización social del
deporte fue sometida si no a una estatalización o paraestatalización
absoluta sí a una rígida disciplina de los poderes públicos” (Cazorla, 1979, p.
198). Sin embargo, aunque se intentó utilizar el deporte federado como elemento
difusor de los valores del falangismo, esto no se consiguió ni en los primeros
años más “azules”, salvo en pequeños gestos como la obligatoriedad, hasta 1945,
de saludar con el brazo en alto al comienzo de los partidos o el cambio de
color de las camisetas de los equipos nacionales del rojo tradicional al azul mahón del Partido. No obstante, sí que consiguió que el
deporte se convirtiera en un recurso que distraía a la población de los
difíciles problemas cotidianos por los que atravesaba, especialmente con las
actividades más populares como el fútbol, el boxeo o el ciclismo (Iglesias,
1992).
3. La actividad físico-deportiva y la educación física,
proyectos adoctrinadores entre la juventud
Ya que la actividad
físico-deportiva tiene su máxima expresión durante los primeros años de vida
del ser humano, la juventud siempre ha constituido para los dirigentes de un
país un apetecible grupo sobre el que lanzar sus claves doctrinarias. Durante
el franquismo, así como en otros Estados totalitarios, se pretendió hacer
política por la juventud (Sáez,
1988), puesto que se buscaba más dirigir que colaborar. La facilidad para
moldear sus comportamientos motivó la creación de una organización juvenil, el
FJ, dependiente de la Secretaría General del Movimiento, según la Ley de 6 de
diciembre de 1940. Su campo de actuación abarcaba a toda la población menor de
21 años y su influencia llegaba tanto a los afiliados como al conjunto de la
población estudiantil, que se la consideraba encuadrada. Esta situación de
privilegio le posibilitaba, por un lado, ideologizar a todo este grupo de edad
mediante la realización de una serie de actividades, entre las que destacaban
sobremanera el deporte y la educación física. Por otro, acomodar a la juventud
dentro del sistema social establecido, para ello “debían recibir las
convenientes consignas que aseguraran su fidelización al régimen” (Manrique,
2014a, p. 428).
Como ya hemos reseñado,
el adoctrinamiento político correspondió a las secciones del Partido. A estos
organismos políticos también hubo que sumárseles el Ministerio de Educación
Nacional, que estuvo dirigido a lo largo de este período por ministros de
tendencia católica. Precisamente fueron estos dos ámbitos, el político y el
religioso, los más interesados en proponer a la sociedad sus normas de conducta
entre la población más joven. En principio quedaba claro el reparto de
competencias en materia de educación. La enseñanza formal estuvo organizada por
los sectores cercanos a la iglesia católica, salvo la Educación Física y el
deporte escolar, que desde 1942 dependieron en exclusiva del FJ y de la SF;
mientras que la no formal y la extraescolar, incluimos aquí el deporte y el
resto de actividades físico-deportivas, estuvo encomendada a las diferentes
Delegaciones de la Secretaría General del Movimiento. Por tanto, la confluencia
de intereses entre los responsables directos en la formación de la juventud
provocó en muchos casos fricciones a la hora de defender cada uno su posición
de privilegio en sus áreas de competencia (Cañabate,
2003; Pastor, 1997).
Cada institución se
encargó de definir su modelo de hombre para una misma sociedad. Así, el propio Franco
señalaba en el artículo 1º de la Ley fundacional del FJ que el Estado lo creaba
“con esperanza para la formación política y militar del hombre que ha de ser
heredero de los sacrificios de nuestra generación” (Decreto de creación de los
estatutos de FET y de las JONS, 1937). Por su parte, desde el Ministerio de
Educación Nacional (Ley sobre la reforma de la Enseñanza Media, 1938), influido
por el sector católico, también propuso su ideal de “hombre nuevo” en la
sociedad franquista, al que se le añadían los valores religiosos:
Un hombre nuevo educado por y para el naciente
régimen ha de ser religioso, además de cívicamente educado, físicamente fuerte,
racialmente hispánico e impregnado de las doctrinas sociales que emanan de la
[Encíclica] Rerum Novarum y de
la Quadragesimo Anno (Circular de 5 de
marzo de 1938).
En resumen, dos
visiones, la política y la religiosa, que definen un ideal de ciudadano español
basado en los valores de vigor físico, determinación política y convencimiento
católico.
3.1 Formación y
cometidos de los instructores e instructoras
A través de la
actividad físico-deportiva y de la educación física se pretendía que la
juventud adquiriera los fundamentos necesarios para conseguir ese “mejoramiento
racial” del que se hablaba. Así, todos los organismos estatales y eclesiásticos
responsables de organizar las actividades físico-deportivas se plantearon como
objetivo formar “una juventud sana y fuerte de espíritu y cuerpo” (Estatuto
Orgánico de la DND, 1945, p. 5). Pero la realidad no ayudaba a cumplir con
eficacia el objetivo, pues no se disponía del número suficiente de profesores e
instructores sobradamente preparados para cubrir tan vasta demanda. Para
superar esta deficiencia se tomó la decisión de crear centros de formación para
formar a estos futuros profesionales.
Estos centros estaban
bajo la supervisión de las Delegaciones del Frente de Juventudes y de la
Sección Femenina, por lo que los aprendizajes adquiridos por su alumnado, sobre
todo durante estas dos décadas, estaban más próximos al adoctrinamiento que al
conocimiento de las especialidades deportivas. Las Academias Nacionales, “José
Antonio” para los instructores e “Isabel la Católica” para las instructoras
(Decreto de creación, 1941), fueron el vivero de un personal más ideologizado
que especialista, lo importante era afianzar la Formación del Espíritu Nacional
(Vizuete, 2012). De hecho, las primeras promociones de instructores estaban
constituidas por personal muy comprometido con el Régimen, producto de la
desmovilización después del cese de la guerra, tales como: los oficiales
provisionales o de complemento, los excombatientes, excautivos, los huérfanos
de guerra y los hijos de asesinados o los “cruzados” de la enseñanza. También,
en el caso de las instructoras, entre las condiciones de acceso se destacaban
las siguientes: ser disciplinada y tener espíritu Nacional-Sindicalista,
mostrar aptitud para el mando y demostrar entusiasmo por la educación física
(Circular nº 70, 1940).
Su estancia estuvo marcada
por el rigor en el cumplimiento de las normas de régimen interno, en un
ambiente más cercano al cuartel militar que a un centro de enseñanza. Al
finalizar los estudios, los egresados de las Academias presentaban una triple
orientación laboral: la docente, la de entrenadores y la de dirigentes
juveniles (Manrique, 2013), con una misión clara de formar a los futuros
ciudadanos nacionalsindicalistas. La educación física y la actividad
físico-deportiva se mezclaban con la educación premilitar para los chicos, la
iniciación a la del hogar para las chicas y con las actividades recreativas y
de aire libre para ambos. Como podemos apreciar, el objetivo que debían
desempeñar estas primeras promociones de instructores y profesores era más la
de cumplir con el compromiso ideológico y estar al servicio de la Organización
para cubrir las demandas, que impartir con criterios pedagógicos las clases de
educación física y los entrenamientos de los grupos deportivos de los afiliados
y las afiliadas. Todas estas actividades se realizaron tanto en las
instalaciones propias del FJ como de la SF, en los llamados “Hogares”, en los
campamentos y albergues falangistas; como en las de los centros educativos
públicos y privados (Manrique, 2014a).
Precisamente su entrada
en los centros educativos se vivió como una pugna por imponer cada estamento su
impronta. La presencia de los instructores y las instructoras en los colegios,
institutos y universidades se miraba con recelo por parte del resto del
profesorado, al no pertenecer aquéllos al Ministerio de Educación Nacional. Sin
embargo, ante la necesidad de cubrir la docencia en Educación Física se decretó
su entrada (Orden del Ministerio de Educación nacional, 1941). Inicialmente las
clases de educación física y los entrenamientos de los grupos deportivos
escolares supusieron una gran carga de trabajo para ellos, ya que también
tenían que impartir educación Política, además de asistir de manera obligada a
las actividades propias que proponían las organizaciones ligadas a la juventud.
Según recoge en su trabajo Manrique (2010), realizado sobre la base de
historias de vida de las profesoras de Educación Física durante este período
objeto de estudio, sus jornadas de trabajo estaban ocupadas por una gran
cantidad de horas con salarios muy bajos. Sólo su convencimiento ideológico y
su gran compromiso político les ayudaron a afrontar este reto de la mejor
manera posible.
A medida que fueron
pasando los años, este colectivo fue asentándose en los centros educativos, lo
que conllevó que se fueran convirtiendo en un personal burocratizado (Chueca,
1987), que ejerció más una labor de apostolado doctrinal que un desarrollo
científico del deporte. El final de la postguerra y los cambios sociales que se
iban produciendo se estimaron como algunas de las razones más evidentes para
realizar cambios en los planes de estudios de las Academias Nacionales. A
mediados de los años cincuenta los contenidos a impartir fueron atendiendo las
demandas sociales que debían cubrir los titulados, por esta razón se recortaron
de manera paulatina los contenidos políticos y se aumentaron los de “dirigentismo juvenil” y los de “técnicas de trabajo en el
tiempo libre” (Orden de 20 de enero de 1955).
Ante sus más que
posibles carencias formativas, siguieron en sus clases las propuestas del
manual que más influencia tuvo durante esta época, editado por la Organización
Juvenil, La cartilla Escolar para la
Educación Física (Delegación Nacional del Frente de Juventudes, 1944). En
él se entendía que se aplicaba un método nacional, con una pedagogía española.
Se entendía que la actividad física debía fortalecer los valores de servicio,
disciplina y devoción, separada por sexos, con catolicidad de la Iglesia Romana
y orientado a la eugenesia de la raza para una mejor defensa de la Nación. Los
encuadrados, que constituían por extensión toda la población escolarizada,
recibieron, según fueran chicos o chicas, una educación física que se basaba en
el desarrollo de los juegos, la gimnasia, el deporte, la danza y el ritmo como
contenidos básicos. El hecho de diferenciar los contenidos según el sexo
apoyaba la idea de género que la sociedad y el aparato legislativo había
impuesto. Los profesores valoraban más el esfuerzo físico en los estudiantes,
mientras que las profesoras incidían en la estética y gracilidad con la que se
movían las estudiantes. Como se puede comprobar, se necesitaban altas dosis
emocionales y de responsabilidad para llevar a cabo este plan de trabajo. Sin
el convencimiento ideológico hubiera sido imposible ponerlo en práctica.
Aunque estos docentes
cubrieron todos los centros de enseñanza, la incidencia directa que tuvieron se
vio reducida debido a que los índices de escolaridad durante estos años no
alcanzaron nunca el cien por cien, con tasas de abandono muy altas,
especialmente en las zonas rurales.
Según los datos
recogidos de 1941 (Arriba, diciembre,
1941), el colectivo de jóvenes españoles, hasta los 18 años, lo formaba 6,5
millones. Si se tienen en cuenta las edades a las que atendía la Organización
juvenil, de 7 a 18 años, agrupados en los secciones de
Pelayos, Flechas, Cadetes, Margaritas y Flechas
Azules; hasta finales de los cincuenta el censo lo constituía tres millones de
niños y jóvenes de ambos sexos, de los que tan sólo estaban afiliados medio
millón, el resto se consideraban potencialmente encuadrados.
Si continuamos con los
datos ofrecidos en la década de los años cincuenta, el Instituto Nacional de
Estadística (1954) ofrecía que la tasa de escolarización durante el curso
1952-1953 en la enseñanza primaria, de 6 a 12 años, alcanzaba el 69,15%,
2.028.715 de alumnos incluidos los de escuela pública y privada. A este dato
había que sumarle el alumnado que continuaba sus estudios en la enseñanza
secundaria, que en 1950, según recogen Martínez, Maqueda y de Diego (1999), sumaba 214.847, y 54.605 el
conjunto de los universitarios. A todas luces, unos números muy reducidos con
respecto a la población total de este grupo de edad. Hay que comentar que los
instructores tuvieron mayor presencia en los centros de segunda enseñanza
masculinos, mientras que la población escolar femenina de esta etapa
normalmente dejaba de estudiar, centrando la labor de las instructoras de la SF
en los colegios de primera enseñanza. Por otro lado, la afiliación al FJ y a la
SF suponía un porcentaje de escasamente el 8% con respecto a la población total
de jóvenes. Desde este punto de vista estadístico, la influencia directa de su
instrucción fue relativamente escasa entre la juventud afiliada y escolar y
nula en aquellos que no estaban ni afiliados ni estudiaban.
3.2 El deporte de
competición y los Juegos Escolares Nacionales
Debido al escrupuloso
control que ejerció la DND sobre las distintas federaciones, y ante la
imposibilidad de crear clubes y asociaciones al margen de ella, el FJ vio la
posibilidad, o necesidad, de difundir las excelencias del deporte en los
centros educativos. Se estimó que podía ser un recurso adecuado para adoctrinar
a las nuevas generaciones en los principios del Régimen y así encuadrar y
afiliar a un mayor número de convencidos. Con estos iniciales propósitos se
entendió el deporte escolar, como una extensión de la educación física y, por
tanto, del propio régimen, en un claro interés monopolizador (Vizuete, 1996;
Vizuete, 2013). Aunque también, pero ya a partir de los años sesenta, se
utilizó como un trampolín para aquellos instructores que, en su afán por
mejorar su escala profesional dentro del Partido, se implicaron en aumentar el
número de deportistas participantes de su centro. Por todo ello, Los Juegos
Escolares Nacionales se convirtieron en un icono de la Organización Juvenil y
del Régimen político.
Estos Juegos comenzaron
a desarrollarse en 1949, solamente para los chicos. Las chicas no empezaron a
competir hasta 1969, ya que el deporte entre las féminas no se consideraba un
contenido relevante, incluso a veces se pensaba que era contraproducente. Las
regidoras femeninas fomentaron más los juegos, el ritmo, la gimnasia educativa,
los paseos, las excursiones y los bailes populares y clásicos (Ley de
Ordenación de la Enseñanza Media, 1953). Sin embargo, el FJ sí que asumió que
el deporte podía ser un recurso muy apropiado para transmitir el espíritu
nacionalsindicalista durante el paso del joven por los centros educativos. La
razón fundamental que se utilizó para utilizarlo es que el modelo de deporte,
además de utilizarlo como recurso formativo y de transmisión de valores morales
e ideológicos, era entendido como competición, ya que el hombre, en los
terrenos de juego, medía sus fuerzas y desarrollaba su formación militar y de
monje (Delegación Nacional del FJ, 1944).
La competición se
ajustaba más al ideario falangista revolucionario de acción, por eso tuvo una
gran demanda entre los escolares. Para muchos de ellos fue la única posibilidad
de practicar su actividad deportiva preferida, así como también resultó ser un
buen escaparate para los instructores y maestros encargados de los equipos
participantes. Los centros de enseñanza y los profesores dependientes del
Movimiento se convirtieron, respectivamente, en una especie de clubes y
entrenadores. Pero quizás los que mejor entendieron el deporte escolar como
elemento propagandístico fueron los responsables de los centros privados, en su
mayoría de titularidad católica. Estos invirtieron mucho dinero en construir
buenas instalaciones deportivas y contrataron a reconocidos entrenadores para
elevar el nivel competitivo de sus conjuntos y servir así de reclamo para
captar a un mayor número de alumnos de las clases acomodadas.
Por otro lado, a pesar
del aumento de practicantes que se iba consiguiendo, que no de afiliados al
Frente de Juventudes, también se produjo una selección natural entre los
deportistas. El nivel competitivo con el que se plantearon estos torneos
escolares provocó que aquellos que no adquirían un cierto nivel de habilidad
técnico se alejaran del mismo por no responder a las expectativas exigidas. De
este modo se iba seleccionando a los más aptos, en una clara acción
proselitista, ya que a su vez, de entre éstos, se
elegirían a los futuros dirigentes de los diferentes organismos del Partido.
Pero por otro, también se dejaba en el camino a muchos jóvenes, que abandonaban
la práctica de la actividad física, alejándose del modelo de hombre falangista.
3.3 Las actividades
físico-deportivas al aire libre
Al mismo tiempo que se
desarrollaban los Juegos Escolares, entre las actividades extraescolares
deportivas organizadas por la Organización para los jóvenes tuvieron un gran
éxito las realizadas en la naturaleza, llamadas coloquialmente de “aire libre”.
Entre las actividades más demandadas se encontraban las marchas, las acampadas,
los juegos en la naturaleza, el senderismo, el montañismo o el socorrismo, que
procuraban el endurecimiento del carácter y el robustecimiento del cuerpo
(Granados y Lorente, 1974). Estas propuestas constituían unas prácticas muy del
gusto de los dirigentes del FJ, especialmente de los dirigentes del grupo de
voluntarios de las Falanges Juveniles de Franco, ya que así desarrollaban mejor
su labor instructiva y adoctrinadora.
Ocio y formación se
unían para que el individuo, viviendo en la naturaleza, desarrollara una serie
de destrezas que le valdrían para reafirmar el modelo de ciudadano y ciudadana que
el Estado esperaba implantar en la sociedad (Chaves, 1964). Así, en un ambiente
de compañerismo se primaban virtudes muy valoradas en el entorno
nacionalsindicalista tales como el sacrificio, el espíritu de superación, la
valentía y la disciplina (López, 1960). Los turnos de campamento, que duraban
habitualmente entre 15 y 21 días, se sucedían a lo largo del verano como una
alternativa muy atractiva y barata económicamente para los escolares y jóvenes
españoles de la época.
En el caso de las
chicas, el nombre de campamento no fue muy aceptado por el sector femenino de
Falange, pues éste se asociaba con un campamento militar más propio de soldados
que de mujeres. La SF solicitó, y así se lo concedieron posteriormente,
organizar las actividades de “aire libre” sin seguir el protocolo de actuación
masculino (Orden de constitución de la Juventud de la SF del Movimiento, 1945).
No se buscaba precisamente el “endurecimiento” (SF de FET y de las JONS, 1944,
p. 6), sino conseguir una educación basada en la adquisición de los valores
característicos del género femenino: delicadeza, dulzura, pureza de
pensamientos y sumisión (Agulló, 1990).
Se crearon así, en
1946, los albergues, más adecuados al ideal de mujer. En ellos, además de
practicar no más de diez minutos de gimnasia correctiva, acompañada de
ejercicios de ritmo y con sentido estético (Delegación Nacional del Movimiento,
1969); las alberguistas realizaban labores como el arreglo de la ropa blanca,
zurcido, corte y confección. También se las inculcaba la idea de economía y
orden (SF de FET y de las JONS, 1941), en línea con el ideal de mujer,
preparada para el hogar, que se propuso desde las diferentes instituciones.
Aunque las actividades
que se realizaban tanto en los campamentos como en los albergues fueron
distintas, los objetivos finales eran invariables en cuanto al carácter
doctrinal y formativo que se les daba, sin olvidar el entretenimiento y la
ocupación del tiempo de ocio que proporcionaban estos momentos de ejercicio
físico en colectividad. Quizás el que estas actividades se realizaran fuera del
marco institucional educativo y del entorno familiar, así como la menor
injerencia que aportaron los capellanes, facilitó que el mensaje
nacionalsindicalista llegara con más nitidez a los y las jóvenes.
Por otro lado, las
convocatorias de los turnos de campamentos y albergues, que resultaron ser
bastante atractivos para muchos jóvenes, estaban subvencionadas por el Estado.
Precisamente al abaratarse los costes de matrícula se pretendía captar, y
reclutar si era posible, a un mayor número de encuadrados. La intención fue
ampliar la participación de la juventud ofertando las actividades como un
servicio social durante una dura postguerra. Sin embargo, este reclutamiento de
los jóvenes pertenecientes a estratos socioeconómicos bajos no fue precisamente
lo más deseado por los dirigentes de la Organización, ya que la propuesta
atrajo más a los jóvenes pertenecientes de sectores sociales en los que el
Partido no tenía un interés prioritario (Sáez Marín, 1988), además de que la
afiliación al FJ o a la SF no aumentó según lo esperado. Todo lo contrario sucedió en los centros educativos privados, en los
que se “echaban las redes” sobre los hijos y las hijas de las familias más
acomodadas, de las que sí pensaban podían salir las élites dirigentes (Jerez,
1982).
4. Un modelo de mujer para una actividad físico-deportiva de
género
En este intento por
acomodar a cada ciudadano en la sociedad franquista, la mujer se convirtió en una elemento clave a controlar. Como ya se ha venido
insistiendo, su papel estuvo relegado al ámbito privado de la familia, alejado
de la vida pública y del trabajo fuera del hogar. Sin embargo, su capacidad
para educar a los futuros ciudadanos no pasó desapercibida para los falangistas
y católicos:
La mujer, según desea la Falange, debe
ser alegre, austera, católica y formarse para servir a la familia, al municipio
y al sindicato. La mujer frágil sumisa influye en las decisiones del hombre a
través de su ternura y de su abnegación (SF de FET y de las JONS, 1951, p. 5).
Imperio, justicia,
patria, orden, disciplina, jerarquía o raza son algunos de los valores que
hemos ido señalando a lo largo de este trabajo como distintivos que debían
cumplir los ciudadanos en la sociedad franquista. También vamos comprobando
cómo el deporte aportó su granito de arena en su configuración. Pero quizás aún
nos queda un aspecto bastante definitorio en la configuración de ese patrón
social: el género y los discursos relativos a la masculinidad y feminidad. Primeramente nos detendremos en la asignación de funciones y
responsabilidades que la mujer tenía fijadas en la sociedad, presentadas como
inalterables y hereditarias, y que la convertía en el eje de la moralidad
(Ortiz, 2006); para comprobar posteriormente cómo la actividad físico-deportiva
se adaptó a los atributos que se la consideraban propios.
José Antonio Primo de
Rivera, uno de los creadores de la Falange, en su discurso fundacional en 1933,
defendió que el prototipo de sociedad debía establecerse bajo tres “unidades
naturales”: la familia, el municipio y la corporación (Primo de Rivera, 1976,
p. 24), como así se refrendó posteriormente en el Fuero del trabajo de 1938.
Para poder realizar el proceso formativo y adoctrinador entre las mujeres,
especialmente sobre la entidad familiar, se encargó a la SF de Falange que
fuera ella la responsable de hacer cumplir los objetivos encomendados, entre
los cuales se encontraba la preparación física y deportiva.
Pilar Primo de Rivera,
Delegada Nacional desde la creación de la institución hasta su desaparición en
1977, en un afán más de reafirmación que de objetividad (Pujadas, 2011),
declaró que la SF, obviando el esplendor conseguido por el deporte femenino
durante los años veinte y treinta (García-Gallego, 2015), se declaraba la
iniciadora de la educación física y deportiva para la mujer en España, así como
la creadora de un cuerpo profesional de especialistas sobre la materia (Primo
de Rivera, 1983). Sí que es cierto que demostró un interés por estas
actividades al crearse prontamente, en 1939, la regiduría de educación física,
justificándose, decía la propia Organización femenina, “ante el abandono que
había en los años anteriores” (SF de FET y de las JONS, 1951, p. 88). Quizás se
sobredimensionó su cometido en la nueva sociedad, pero este organismo de
gobierno, en su intento globalizador de encuadramiento y adoctrinamiento de la
mujer, estimó que ella, como transmisora de cultura, era el “sostén para el
engrandecimiento del Futuro Imperio Español” (SF de FET y de las JONS, 1938, p.
6).
4.1 En busca de
asesoramiento científico
Como ya se ha expresado
en diversos trabajos (Gallego, 1983; Manrique, 2014b,
Richmond, 2004), la sociedad franquista estableció un modelo ultraconservador
de mujer patriota, buena madre y esposa, bien aleccionada ideológicamente y con
fuertes convicciones religiosas católicas. Había, por tanto, que diseñar un
programa de actividad deportiva específico para ella. Ante la evidente falta de
criterios técnicos que presentaban las dirigentes de la SF, buscaron el mejor
asesoramiento técnico en alguien experto en la materia y lo encontraron en el
médico y deportista olímpico Luis Agosti (Suárez, 1993). Su tratado de Gimnasia Educativa (Agosti, 1948) fue el
manual más utilizado junto con La
cartilla Escolar para la Educación Física (1944), de la que ya hemos
hablado en el apartado anterior. Fueron unos manuales muy valorados tanto por
las instructoras de juventudes como por las profesoras e instructoras en su labor
de preparación de las escolares, afiliadas y de todas aquellas mujeres
interesadas en el deporte.
A lo largo de las más de setecientas páginas
del tratado de Agosti se explicaba cómo había de desarrollarse la sesión de
trabajo y, lo más relevante, se hacía un análisis pormenorizado acerca de la
relación entre sexo y edad, que marcaba las directrices de un modelo de
actividad física de género. Defendía que la actividad física propuesta para la
mujer debía ser diferente a la del hombre, pues si no se hiciera así se
contravenía una “ley biológica universal” (Agosti, 1948, p. 720). Este mensaje
estaba en línea con el ideal de mujer que se propuso en esta sociedad, definido
por un proceso educativo diferente según el sexo. Se apoyaba la tendencia
fascista de regeneración de la raza, así como también se reivindicaba la
cultura tradicional del folklore local y la herencia secular religiosa. Se
justificaba una educación física y unas prácticas deportivas que no traspasaran
las fronteras morales de la feminidad instaurada, por lo que se utilizaron los
argumentos provenientes desde los tres ámbitos de poder más influyentes: el
científico-médico, el religioso y el político (Manrique, Torrego, López y
Monjas, 2009).
Se entendía que la
actividad deportiva debía realizarse como medicina preventiva al servicio de la
salud (SF de FET y de las JONS, 1941). Se instaba a realizar ejercicios que no
dañaran la constitución fisiológica de la mujer, ni la moldeara el cuerpo de
tal forma que le diera un aspecto masculino: “[…] la mujer no está adaptada a
los ejercicios que exijan gran potencia muscular […], ni tampoco los que exigen
gran velocidad contráctil” (Agosti, 1948, pp. 710 y 719). Consecuentemente, se
fomentaba un modelo de mujer en el que no debían predominar los rasgos de
competencia o instrumentales, pues se alejaban del estereotipo de “feminidad”.
Es decir,
Todos los ejercicios que requerían fuerza,
valentía y resistencia y muchos otros que los hombres consideraban antifemeninos, según los ideales masculinos de belleza o
sentido común, […] En especial eran rechazados por la profesión médica y
etiquetados como potencialmente peligrosos (Pfister, 2008, pp.
50 y 51).
Se aconsejaba realizar
gimnasia correctiva, danza clásica y regional, actividades rítmicas y algunos
deportes en los que no se desplegara excesivo esfuerzo físico ni hubiera que
demostrar demasiada agresividad, tales como la natación, el hockey, el tenis,
el balonmano y el baloncesto. Quedó excluido el atletismo hasta 1961, por
considerar que su práctica podía llegar a ser extenuante y causante de moldear
cuerpos de aspecto viril.
4.2 La influencia religiosa
Las autoridades
eclesiásticas, además de ser firmes defensoras de una sociedad en la que la
mujer realizaba su distintiva misión, la de madre y esposa sumisa al marido,
también lazaron proclamas sobre el modo de realizar la actividad física. El
propio asesor religioso de la SF, el benedictino Fray Justo Pérez de Urbel, indicaba, acerca del deporte, que la Iglesia lo
bendecía “como causa saludable de alegría […], como escuela de virtudes que
luego debían trasladarse a los diversos medios familiares, sociales y
nacionales” (Pérez de Urbel, 1953, p. 2). La propia
Organización femenina acogió estas propuestas y propuso una manera de realizar
las prácticas deportivas cargada de razones morales católicas, “con un fondo
espiritual” (Inchausti y Gutiérrez, 1955, p. 12),
para una correcta socialización de la mujer, especialmente vinculadas al
adiestramiento para la maternidad.
La mujer, por cuanto tiene encomendada una
formación educadora inicial en la vida del niño, por madre, necesita, para
desempeñarla, de una preparación justa. La Educación Física es, en este
sentido, una de las enseñanzas que está obligada a recibir (SF de FET y de las
JONS, 1941, p. 7).
La Iglesia, además de
opinar sobre los beneficios espirituales que trae consigo el deporte en la
mujer, también estuvo vigilante en todo lo que se refería a las normas de
funcionamiento en los diferentes campeonatos y movilizaciones deportivas que
organizaba la SF (SF de FET y de las JONS, 1938). Por ejemplo, a la hora de
planificar una competición, no se podía programar un partido en domingo a la
hora de la misa (Circular nº 206, 1943); o en cuanto a los trajes aconsejados
para realizar la práctica deportiva, se decidía el largo del pantalón, las
hechuras de las blusas o la obligatoriedad del uso del albornoz fuera de la
piscina. En definitiva, se daban órdenes, más que recomendaciones, acerca de la
manera de presentarse ante sus conciudadanos, puesto que la actividad deportiva
no debía ser motivo de exhibición pública. Por ejemplo, la SF recogía así las
orientaciones que le dictaban las autoridades eclesiásticas:
No hay que tomar el deporte como pretexto para
llevar trajes de deporte escandalosos. Podemos lucir nuestra habilidad
deportiva, pero no que estas habilidades sirvan para que hagamos exhibiciones
indecentes. Tampoco tenemos que tomar el deporte como pretexto para
independizarnos de la familia, ni para ninguna libertad contraria a las buenas
costumbres (SF de FET y de las JONS, 1968, p. 23).
Ante estos
condicionantes acerca de la manera de concebir la actividad física en la mujer,
la SF fue la encargada directa de la organización del deporte de la mujer, tanto
para la afiliada como para la encuadrada. Como Delegación dependiente de la
Secretaría General del Movimiento, se acogió a las bases ideológicas
falangistas. Se consideraba que todo el esfuerzo, sobre todo el esfuerzo
físico, se suponía un acto de servicio a la comunidad, para mejorar así la
cohesión de sus integrantes. Las propuestas de actividad física se vincularon
principalmente a la eugenesia y a la mejora de la raza. Según se indicaba desde
la propia Organización femenina, “la higiene, la gimnasia y el deporte hacen de
cada una de nosotras esa mujer sana y limpia moralmente que el Estado quiere
para madre de sus hombres del porvenir” (SF de FET y de las JONS, 1941, p. 8).
4.3 Un modelo de cultura
física que hizo suyo la Sección Femenina
Para conseguir el vasto
encargo de formar y adoctrinar a la mujer, se crearon inicialmente en el
organigrama de la SF cinco regidurías, entre las que se encontraba la que
denominaban de Cultura física, con Cándida Cadenas al frente de la misma. Sus
“mandos”, también llamados jerarquías, sabían de la falta de tradición
deportiva que existía entre las mujeres españolas (SF de FET y de las JONS,
1951), así como también comprobaban la generalizada incomprensión social por
verlas realizar esta actividad en público. Escaseaba el personal especializado,
agravado además por el hecho de que se entendía que las encargadas de ejercer
tal cometido debían ser sólo mujeres, pues el profesorado masculino se
consideraba “poco dotado para la especialidad femenina y de niños” (SF de FET y
de las JONS, 1951, p. 90). Entendieron rápidamente que había que crear una
Escuela Nacional de Instructoras Generales y de Educación Física Femenina
(Manrique, Torrego, López y Monjas, 2008), aunque el número de profesoras e
instructoras que se iban titulando era claramente insuficiente para cubrir tal
cometido. En 1959, según los datos aportados por la Asociación Nueva Andadura y
recogidos por Zagalaz (1998, p. 175), entre
profesoras nacionales de EF, instructoras nacionales, entrenadoras e
instructoras elementales había en España un total de 1078, a todas luces
insuficiente.
Ante esta escasez de
recursos humanos hubo que recurrir a las maestras para poder asumir el reto
formativo y adoctrinador entre las escolares o también llamadas encuadradas,
especialmente en los pueblos y en las zonas más alejadas de las urbes. Además,
las maestras rurales tuvieron que luchar con otro inconveniente más. Las
jóvenes del campo solían ayudar en casa haciendo las faenas propias del hogar,
además de colaborar en las labores agrícolas y ganaderas, lo cual dificultaba
su asistencia a los centros escolares y, por tanto, se mitigaba la posible
influencia de la docente. Esta es una de las razones por las que la SF decidió
acudir con sus cátedras ambulantes a los lugares más remotos de la geografía
española (SF de FET y de las JONS, 1965). Se pretendía así cubrir el déficit
formativo de la mujer rural, especialmente en cuanto a la práctica de
actividades deportivas. Tanto las instructoras y profesoras de educación física
como las maestras formaron parte de un intento revolucionario profesional de la
mujer durante este período. Si habíamos dicho que el trabajo fuera del hogar no
era propio de ella, la SF lo promocionó desde el desarrollo de la práctica
deportiva. Su labor profesional les permitió una mayor autonomía en su estilo
de vida, que las alejaba del patrón vinculado al cuidado de la familia. Esta
ambivalencia en cuanto al modo de afrontar la cultura física de la mujer fue
una constante a lo largo del franquismo, alternándose las restricciones con el
interés por divulgar las excelencias del deporte.
Durante estas dos
primeras décadas del franquismo, la formación que adquirían las maestras
referida a los conocimientos específicos en educación física y deporte era
mínima. Esta es una de las razones por las que se fueron incluyendo en la
formación inicial de las docentes diversos contenidos disciplinares
relacionados con los juegos libres y dirigidos, la gimnasia educativa, los
bailes, el ritmo, los paseos escolares, y la preparación en ciertos deportes.
Posteriormente estas prácticas se vieron reflejadas en el desarrollo curricular
de los Cuestionarios Nacionales para la Enseñanza Primaria de 1953 (SF de FET y
de las JONS, 1948). Como complemento, ante este más que posible déficit
formativo que podía presentar la futura maestra, la propia SF editó desde
diciembre de 1940 una revista pedagógica, Consigna.
Una revista dirigida a las maestras afiliadas, aunque posteriormente se hizo
extensiva a todas aquellas que no lo estaban. En sus páginas se ofrecía, con
una gran carga ideológica y doctrinaria, un asesoramiento en las diferentes
áreas de conocimiento, incluido el relacionado con la educación física, los
juegos y, en menor medida, el deporte.
Como se puede apreciar,
la actividad deportiva, en un primer momento, no se incluyó como contenido
educativo preferente de la asignatura de educación física. Solía ser realizada
como complemento a su formación, en horario extraescolar. Al no haber
posibilidad de crear clubes al margen de la SF, casi el deporte femenino se
concentraba en las jóvenes afiliadas. Ante esta posibilidad de aglutinar a las
interesadas en practicar alguna especialidad deportiva, la SF vio con buenos
ojos el que se formalizaran una serie de campeonatos, en los que pudieran
encontrarse mujeres de diferentes lugares de España. Las normas que regulaban
la competición seguían las que oficialmente regían en cada federación
deportiva. Pero además, la propia Organización
femenina estableció su propio código ético para todas las jugadoras
participantes, que denominaron Los doce
puntos deportivos, en otro afán adoctrinador. Esta declaración de
principios se centraba en fomentar el comportamiento correcto y el respeto
entre las deportistas, en apoyar y estimular a las deportistas a no abandonar
la competición en busca del objetivo, en evitar hacer esfuerzos que vayan más
allá del límite de sus fuerzas y, en tono más patriótico, en luchar por la
gloria del deporte, de la Falange y de España (SF de FET y de las JONS, sin
fechar; en Zagalaz, 1998).
Con todos los
condicionantes de los que hemos hablado, la SF puso en funcionamiento sus
propios campeonatos deportivos, por supuesto sólo para sus afiliadas. Quizás el
efecto positivo de atracción que supusieron los Juegos Escolares Nacionales
desde 1949 en los chicos no se produjo en las chicas, sobre todo porque no
empezaron a desarrollarse entre las escolares hasta 1969. La única salida que
encontraban las jóvenes deportistas era aceptar afiliarse para participar en
los campeonatos propios organizados por la Organización femenina, aunque en
muchos casos no tenían afinidad ideológica con la institución.
A pesar de estos
condicionantes, según los datos de la propia Organización, el interés por
inscribirse en ellos fue en aumento durante estas dos décadas. Por ejemplo, de
los 5 campeonatos convocados y 349 participantes en 1940, se pasó a los 199 y
10.934, respectivamente (SF de FET y de las JONS, 1951, p.99). Números
aparentemente significativos pero que demuestran la escasez de jóvenes deportistas
que participaron en los campeonatos convocados, si los comparamos con el censo
total de mujeres. En cuanto a los deportes que más participantes presentaban,
según los registros consignados en 1946 (Consejo Superior de Deportes, en
Vizuete, 1996, p.546), la gimnasia era la actividad que más deportistas
congregó (3.343), seguida del “balón a mano” (512), el hockey (488) y el
baloncesto (425). La gimnasia era el deporte más practicado, probablemente
porque era el contenido más aplicado durante las clases de educación física.
También porque quizás se ajustaba más al ideal de mujer que se buscaba:
elegante, refinada y equilibrada, entre otras virtudes; fuera de la visión
competitiva y enérgica que se transmitía en otras especialidades deportivas. Al
final del período objeto de estudio, en 1959, la gimnasia educativa volvía a
ser la especialidad deportiva que más practicantes presentaba (20.936), seguida
de las jugadoras de baloncesto (8.938), balonvolea (6.170) y balonmano (4340)
(SF de FET y de las JONS, 1959). Como se puede comprobar, unos números que
seguían elevándose pero que no llegaban a cubrir todas las expectativas que
demandaba la población femenina.
CONCLUSIONES
La actividad
físico-deportiva, durante las dos primeras décadas del franquismo, se consideró
un elemento atractivo para transmitir la carga doctrinal que tanto el
Movimiento como los otros grupos de poder, la Iglesia y el ejército, quisieron
imponer a toda la población española. Las diferentes secciones
nacionalsindicalistas se encargaron tanto de formar a los encargados de influir
en la juventud, los escolares y las mujeres como de transmitir un modelo de
actividad física ajustado a los roles de ciudadanos impuestos. A través de la
actividad físico-deportiva se intentaba configurar un modelo de hombre,
vinculado éste al esfuerzo, la valentía, la gallardía y el patriotismo;
mientras que el ideal de mujer tendía a que esta fuera corporalmente ágil,
coordinada, sin tendencia a la exhibición pública y sin manifestar aspectos
viriles de comportamiento o corporales.
En
este artículo hemos puesto de manifiesto que los órganos políticos rectores,
encargados de difundir las actividades físico-deportivas, tenían claro el
objetivo de ideologizar a la población. Sin embargo, no lograron sus fines en
el grado que lo deseaban. Los instructores e instructoras formados en las
diferentes Academias fueron decayendo en su interés por adoctrinar a la
juventud. A medida que los planes de estudio de estas Academias se iban
sucediendo, sobre todo los aparecidos entre 1953 y 1956 que potenciaron los
contenidos propios de educación física y deporte y se liberaron del componente
político, los egresados concibieron su labor más como una profesión o
proyección dentro del Partido que como una tarea de apostolado. Las sucesivas
generaciones de titulados ofrecieron una preparación más técnica que ideológica
y menos interesados en captar a personas afines al Partido.
La educación física se utilizó
como un instrumento apropiado para politizar a la población escolar encuadrada,
según su sexo. Según se reflejó en la Cartilla
Escolar de 1945, en los chicos se fomentó el deporte, las actividades
gimnásticas con aparatos y el atletismo como buenos instrumentos para
desarrollar el vigor y la competitividad. Mientras que
en las chicas, el contenido deportivo tardó en arrancar, centrándose en otras
actividades que se consideraban más afines a su condición tales como la
gimnasia educativa, los juegos, la danza o los bailes folklóricos.
A pesar de tener la
posibilidad de abarcar a toda la población entre 7 a 21 años, los resultados de
captación fueron escasos. Primero porque casi una tercera parte de la población
joven no estaba escolarizada. Segundo porque tampoco se pudo abarcar, por la
falta de efectivos, a la población rural, que era mayoritaria en esos años. Y
tercero, porque escasamente uno de cada diez jóvenes estaban
afiliados al FJ y a la SF. Por otro lado, la ayuda de los maestros, aunque escasos
de preparación específica, y la creación de los Juegos Escolares Nacionales,
sólo en el caso de los chicos, supusieron un intento de relanzar el deporte
como transmisor de los valores del Régimen político.
Quizás fueron las
actividades de “aire libre” las que más influyeron ideológicamente entre los
participantes. La ausencia de la familia y la poca participación de los
asesores religiosos, salvo la obligada aparición del capellán mientras
transcurrían los diferentes turnos, favorecieron su transmisión. Durante la
estancia en los campamentos masculinos se potenció el sacrificio, la
superación, la valentía y la disciplina; mientras que en los albergues
femeninos se fomentaron los valores de obediencia, orden y el decoro, acorde
con el modelo de mujer impuesto. También, la captación de nuevos afiliados
mediante la subvención de parte de las matrículas para acudir a estas
actividades en la naturaleza no surtió el efecto deseado. Aunque la asistencia
a los campamentos y albergues se ofrecía como una manera de ampliar la
participación como un servicio social a toda la población juvenil, sin embargo la atracción produjo una mayor afluencia de una
población con un estatus socioeconómico medio-bajo, de la que no se preveía
seleccionar a la futura élite del Movimiento.
Podemos decir que los
intentos para politizar la actividad físico-deportiva no influyeron
mayoritariamente en las actitudes de sus practicantes, aunque sí que
condicionaron las posibilidades de practicarlo, especialmente entre las
deportistas, debido al exceso de celo con el que se controlaban las actitudes
en público de la mujer. El adoctrinamiento y el encuadramiento a través del
deporte tuvo un escaso éxito, fueron pocos los que acogieron la ideología
nacionalsindicalista por practicar actividad físico-deportiva y pocos también
los que se afiliaron al FJ y a la SF.
Esta investigación
presenta un carácter abierto. Pese a las evidencias que hemos mostrado, se
precisa un mayor desarrollo de investigaciones, sobre todo en lo referente a
otras influencias ideológicas sobre todo en la mujer, pues la influencia
específica del aparato del régimen tuvo que convivir con la de la Iglesia, que
condicionó en gran medida el comportamiento de este amplio sector social,
considerado de segunda clase pero que se estimó de una gran influencia
educadora dentro de la familia.
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Número de citas totales / Total references: 97 (100%)
Número de citas propias de la revista / Journal's own references: 1 (1,03%)
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